efusivamente a su benefactor desconocido, se largó a la corrida hacia el puerto, antes de que le ocurriera otra desgracia. Y embarcó. Y zarpó hacia su porvenir.
12- Mientras tanto, Alonso de Ojeda ya había llegado al sitio de la futura Cartagena de las Indias. A pesar de saber, por desastres anteriores de los Españoles en este mismo paraje, lo bravo que eran los paraborígenes de la zona, Ojeda se mete en igual desastre - todo por descabellada vanidad.
Resultado: a más de haber infligido grandes destrucciones y muchas muertes a los paraborígenes defendiéndose, y sus bienes y su país, contra los invasores, toda la pandilla de Españoles que había debarcado (sí, entrar, embarcar, salir, debarcar) con Ojeda resultó finalmente muerta por los paraborígenes, salvo, milagrosamente, Ojeda, sólo herido; encontrado luego, por otra milagro, al borde de la muerte, entre raíces de un manglar por un destacamento de socorro venido de los barcos.
13- Con Ojeda entre vida y muerte, aparecen los barcos de Nicuesa.
14- Ojeda teme que Nicuesa vaya a aprovecharse de las circunstancias para vengarse por las confrontaciones en Santo Domingo. Pero Nicuesa, como hidalgo que era, trata a Ojeda como hermano en dificultad.
15- Los dos esperanzados gobernadores, ya no rivales, debarcan 400 hombres y regresan al pueblo de la matanza mutua entre paraborígenes y Ojeda para vengarse (¡!) de los paraborígenes por haberse defendido contra los invasores de sus tierras, y matan a todos los sobrevivientes, niños y mujeres incluidos. Y saquean las ruinas; con buen botín de oro.
16- Y los dos esperanzados gobernadores en busca de algo para gobernar, y desde dónde gobernarlo, se separan. O sea, Diego de Nicuesa siguió viaje hacia su parte de América, y Alonso de Ojeda fue en busca de un sitio en la costa misma donde estaba, dónde fundar su futura capital.
17- Ojeda finalmente encontró su sitio, en la costa oriental del golfo de Urabá, o sea del Darién; y allí fundó San Sebastián, con fortín y casas, como capital de su futura gobernación. Y mandó uno de sus barcos a Santo Domingo, astutamente provisto de paraborígenes secuestrados y oro robado, para avisar a su socio Enciso que viniese con todos los refuerzos que pudiese, y a ocupar su dignidad de Alcalde Mayor de la nueva capital, según habían pactado.
Mientras espera así la llegada de Martín Fernández de Enciso, Ojeda trata de establecer contacto con los paraborígenes de la zona; pero éstos, con su experiencia previa de la crueldad de los Blancos, ni acercarse dejan la partida de sondeo: la atacan, matan unos cuantos de sus miembros, ya sea en muerte instantánea o en agonía producida por el veneno de las flechas, y barren los sobrevivientes hasta el fortín.