Ahora bien, La Rábida, y Palos; y las tres carabelas.
>>> La Rábida. Santa María de La Rábida, para mayor decoro.
Sí, las cosas son según nuestra primera impresión.
Especialmente los turistas. En cantidad aritmética de turistas, parecido a los aludes de Tulum o Chichén Itzá, pero en resultado final, bien peor - por lo exiguo de los espacios, fuera y especialmente dentro, del monasterio. Realmente tan impresionante como las toneladas de agua y los hectómetros cúbicos de agua de una marea creciente presionando contra un muro. Una vez, en el estacionamiento, la monstruosa valla de voluminosos, altivos, dominantes, camiones - autobuses no los queremos llamar - para turistas, sumaba once ¡once! vehículos lado a lado.
Y todo eso, para 98,5 por ciento de nada. Porque 98,5 por ciento del monasterio está, según nos dijo uno de los monjes franciscanos, tan nuevito, blanco y arregladito "como una niña para su primera comunión", incluyendo una cúpula que no existía en tiempos de Colón; incluyendo la bóveda de la capilla - muy interesante, por otra parte, en su estilo artesonado polícromo, pero que no existía en el tiempo de Colón porque, entonces, era de cañón de medio punto; incluyendo el motor eléctrico que, ahora, hace de monje mecánico encargado de tañer las campanas; incluyendo los toques dados para el Quincentenario.
¡Y si Colón viera ésto!
El colmo es que más de la mitad del 1,5 por ciento que queda de aproximadamente el tiempo de Colón se puede ver y apreciar sin siquiera acercarse a las toneladas y hectómetros cúbicos de turistas, simplemente esperando que no los haya - antes de las 10, después de las 18 - porque se encuentra, tal mitad, en el exterior del monasterio.
Esto incluye una fachada, a un costado de la fachada de entrada de los turistas, con una serie de cabezas de leones por sobre un portal, y con un panel de decoración mudéjar; pero que nunca jamás alguien mira. De los millares de turistas que vimos, en las varias veces que estuvimos cerca del monasterio, agolparse contra la fachada de entrada, no vimos uno solo mirar esos rasgos, y menos apreciarlos, porque ni uno solo jamás tuvo la iniciativa, la curiosidad, de doblar la esquina, de una fachada a la otra. ¿Por qué? Porque nunca nadie les dijo: "mire".
Esto incluye la mampostería del vano del propio portón de entrada por donde desfilan esos millares de turistas sin echarle un vistazo. ¿Cómo lo sabemos? Porque cuando esperan, esperan afuera, y cuando entran, entran apretujados como ovejas cuidando minimizar los empujones dados y recibidos. ¿Por qué? Porque nadie les dijo: "mire".
De manera que, aunque tuvimos la inefable oportunidad de tener durante un rato para nosotros exclusivamente toda La Rábida en su alcor, vacía y silenciosa, y con dos reliquias que todavía quedan del tiempo de Colón - un crucifijo >>>>>>>>