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menos, de la zona del monasterio de La Rábida y de la villa-puerto de Palos - aún menos podemos creer nuestros ojos. Reconocemos que no teníamos razón muy valedera de anticipar, como anticipábamos - simplemente porque así era la situación, trescientos años después de Colón - un monasterio de La Rábida dilapidado, y un pueblo de Palos soñoliento, en una comarca dilapidada y soñolienta; pero menos razón aún teníamos, hay que reconocer, para anticipar lo que estamos viendo, desde hace kilómetros, en vez de venerable vetustez sobreviviendo en una semi-aridez sólo por el milagro de la gran gloria pasada.

Lo que nuestros ojos tienen dificultad en aceptar es no un semi-desierto de aridez - lo que no perjudicaría a una legenda - sino un desierto desalmadamente
destructor de cualquier aura de legenda, un desierto de fábricas tipo petroleras o químicas, hirsutas de torres cilíndricas y chimeneas; un desierto de cables, de grúas; de patios de trenes de carga, de corralones de piedras, arena y afines; todo ello con un velo de humo vomitado por chimeneas demasiado infernales para poder contarlas.


¡Si Colón lo viera!

¡Oh! Una colosal estatua observándolo todo; debe de ser Colón. ¿Aquí? Sí, es Colón. Pero esto no es el sitio que buscamos; es sólo una estatua para satisfacer el protocolo internacional. A más de ser colosal, es anónima - de cara, de cuerpo, de indumentaria - podría ser utilizada para cualquier personaje de manera igualmente inadecuada. Y es casi fea. Una placa en el zócalo dice que fue donada por los Estados Unidos. Nos preguntamos cuáles. Pero, difícil que semejante cosa venga de los Estados Unidos Mexicanos.

Se nos ocurre una manera de salvar esta estatua, de darle un propósito excelente, excelente porque la estatua parecería hecha de medida para el propósito y porque honraría algo que, que sepamos, no tiene su reconocimiento público merecido a la manera del Soldado Desconocido. Ungirla Estatua al Héroe Desconocido, a todos cuantos cada cual consideraría un héroe - o una heroína - no reconocidos públicamente, en cualquier esfera de actividad humana.

Y adelante, todavía en busca de La Rábida y de Palos.

Casi de inmediato, a último momento, cuando, en una pesadilla, sería el momento de gritar, un desvío hacia el monasterio interpone una misericordiosa cortina de árboles entre lo peor de hoy y lo épico de antaño.

Y he allí - detrás de una confitería-restaurante para turistas, detrás de una flotilla de coches y camiones de turistas, detrás de varias placas alusivas y detrás de una gran columna - en un collarín de magníficas rosas, el recatado pero nítido, fresco, impecable, monasterio de La Rábida.

Esto, lo vamos a profundizar más adelante.  Ahora, ¿dónde está Palos?