Ya vimos dos Boa Vistas, hoy; y vimos otros, en días pasados. Obviamente, el Boa Vista en la Amazonia, camino a Venezuela, no es el único.
Aparecen otros sitios que llaman la atención: un gran monasterio, con muros ensanchados en la base, y domos achatados en la cima, en Mafre; un castillo, por lo menos tan de fantasía como de defensa, en un oteruelo en Sintra; y otro nido de águila, en las afueras de Sintra.
Pero basta de digresiones.
Llegamos a Cabo da Roca, en la costa atlántica. Glorificado por los Portugueses como el punto más occidental de Europa continental. Pero de otro significado para esta Expedición; después de todo, si quisiéramos participar en el jueguito de los extremos occidentales, podríamos ostentar que, al luchar contra las tempestades de la península de Dingle, estuvimos en el punto realmente más occidental de Europa, sin lo restrictivo de "continental".
Sí, para nosotros, este Cabo da Roca es, más substancialmente, otro encuentro con ... Cristóbal Colón; más exactamente, encuentro con el regreso de Colón de su famosísimo viaje de "descubrimiento de América"; regreso con la muy extraña peculiaridad de que el Gran Almirante de la Mar Océana al servicio de los reyes de Castilla, Aragón y toda España, haya retomado contacto con Europa, el 4 de marzo de 1493 - no en el reino de sus soberanos auspiciadores sino aquí, en el reino del arzo-rival, si no enemigo, de sus soberanos auspiciadores, aquí, en tierra del rey de Portugal.
Contacto sólo visual para Colón en ese momento, sin duda - porque contacto físico con estos acantilados, así como los vemos, y aun con una playa aislada entre este cabo da Roca y el cabo Razo, más a la izquierda, bien parece imposible en el más plácido de los tiempos, y Colón llegó aquí en terrible tempestad. Tan terrible, que fue ella que lo trajo aquí y lo redujo a esta ignominia de retornar de su triunfo avistando primero tierra enemiga de sus propios soberanos.
El Cabo da Roca
Nos podemos imaginar muy bien la escena, a la vez de alivio, por haber dejado atrás, por fin, la inmensidad del océano, y de pánico, con todas las velas en harapos, ante el mortal peligro de estrellarse contra estos enhiestos y ásperos acantilados.
Tempestad tal, que, acto seguido, llevó a Cristóbal Colón - tal como, en esta vida, una cosa trae otra y lleva a situaciones originalmente impensadas e impensables - llevó a Cristóbal Colón de esta ignominia de avistar primero la tierra del enemigo de sus reyes a otra ignominia, peor aún ... la de tener que buscar refugio en la bahía de la capital enemiga de sus reyes, Lisboa, en vez de llegar directamente a un puerto de sus propios soberanos - por qué no decir biarcas - de Castilla-Aragón.
Ahí iremos, mañana; porque, ahora, el crepúsculo está encima.