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Azulejo II. Programas en duólogo, en entrevista, con el entrevistante tan sabio como el entrevistado; y en un modo tan pausado que parecería que el conciliábulo no tiene tiempo asignado.

Azulejo III. Programas de interlocutores varios, tipo mesa redonda, vale decir con una espontaneidad lo suficientemente respetuosa como para dar a cada uno su oportunidad de expresarse.

Azulejo IV. Programas de interlocutores varios, tipo impulsividad callejera, vale decir donde todos tratan de hablar al mismo tiempo, donde no todo el mundo lo logra, y donde nadie logra terminar una idea completa. Bastante extraño como formato.

Azulejo V. Programas con intervención de los escuchas por teléfono, tanto sobre temas de actualidad (por ejemplo, el drama del exceso de trabajadores para los trabajos disponibles, por culpa de la automatización, a punto de tener que racionar las horas de trabajo, o por ejemplo, las consecuencias de los excesos en consultas médicas múltiples innecesarias, por la sola razón de que no las paga el consultante, por lo menos no de manera obvia y directa) como temas de frivolidad (como ser ¿cuál fue su más extraordinaria aventura en una carretera? - ¿cuál fue su más tenso momento como trabajador de turismo?). Es extraordinario lo bien que los escuchas hablan - conciso, completo, sin divagaciones, repeticiones, hesitaciones.

Azulejo VI. Ah, azulejo VI. Aquí viene el impacto de no creer el oído. Otro programa basado en llamadas telefónicas de los escuchas. Pero éste, especializado en obscenidades, con palabras entre las cuales las vulgares son las mejores porque las otras son groserías. Por escuchas y, se supone, para escuchas, de entre 15 y 25 años de edad, de ambos sexos. Y hay que escuchar cómo los tres cómplices detrás de los micrófonos, dos hombres y una mujer, aguijonean los llamantes para sacarles los más jugosos y turgentes detalles en el vocabulario más soez posible.

Azulejo VII. Programas de música clásica, en todos los niveles, desde lo placentero hasta lo más técnico. Excelsitud y tecnicalidad que no impiden el uso beato de fórmulas no analizadas, y menos aún digeridas, en cuanto a sus consecuencias conceptuales; como ser la formación instrumental de un "cuarteto de cuerdas", o como ser el recurso a una "nota blanda", siempre la misma, para rebajar la entonación de cualquier otra nota y, por colmo, la entonación de sí misma.

En cuanto a "cuarteto de cuerdas", así como, en una oportunidad, pensamos en invitar a arqueólogos a un festín de pollo, ofreciéndoles sólo huesos, y moldeados en yeso, así pensamos, ahora, invitar a esos músicos a un deleite de cuarteto de cuerdas - que ellos se imaginarán como dos violines, una viola y un violoncelo - ofreciéndoles más bien una guitarra, un arpa, un ukulele y acaso un piano, indudablemente un cuarteto de "cuerdas". ¿Por qué estos doctos cerebros no toman ejemplo de los Checos que saben muy bien concebir: un cuarteto de arcos?