Desde que entramos a Alta California, sea gota a gota o a cántaros, siempre llueve.
Estamos muy ocupados, ahora, admirando un nuevo tipo de paisaje: el clásico dúo de camino-de-montaña sinuoso adaptándose a las curvas de un río de serranía, casi un torrente, en un fondo de quebrada con no más lugar que el camino, el río y un ferrocarril, entre dos laderas cubiertas de hermosos pinos de gran tamaño; cuadro tan diferente del cuadro grandioso y severo que admiramos en días pasados, pero tan íntimo, tan poético, y tan descansador.
Parece haber mucha agua por todas partes; no solamente en el río torrencial, sino también en las varias caídas de agua improvisadas que se precipitan por las laderas, probablemente el resultado de las tormentas de la semana pasada.
Efectivamente, acabamos de pasar por un lugar donde todavía están limpiando la carretera de un derrumbe.
Otra vez estamos en zona de nieve, y vamos a pasar la noche metidos en un rinconcito, rodeados por paredes de nieve de hasta dos metros de altura.
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Anoche, después de ubicar el coche, nos deleitamos, en la penumbra del anochecer, con la vista de un color azul impalpable en ciertas hendiduras y ciertos recovecos de las paredes de nieve alrededor de nosotros.
Esta mañana, tuvimos la curiosidad de ver si, con más luz del Sol infiltrándose a través de la nieve, el azul sería más fuerte que anoche, pero vimos que no; por lo que analizamos, el azul tenía la misma fuerza anoche que esta mañana y viceversa; solamente que, esta mañana, se perdía en el resplandor blanco de la nieve a la luz del día mientras que, anoche, era más visible en la media-luz del anochecer.
También, descubrimos que, ensanchando más una pequeña hendidura con su luminiscencia azul, no se conseguía una hendidura más grande con más luminosidad azul sino que, al contrario, la cantidad de azul se diluía y esfumaba hasta desaparecer; ahora, sabemos la fórmula: cuanto más profunda y más angosta la hendidura, tanto más intenso este hermoso color que, sin embargo, sigue dando la impresión de impalpable.
Esta mañana, mientras nos preparábamos, fuimos agasajados por lo que los Vespuccianos llamarían una serenata matutina, a cargo de la banda local de gansos salvajes. Increíble, el bochinche que saben hacer; es de preguntarse por qué no se aclaran la garganta o por qué no aprenden de una vez a cantar.