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Esta mañana, para empezar, un corto posludio a Brendan. A punto de arrancar, nuestros ojos decidieron que una iglesia, justo frente a nuestro dormitorio callejero, se merecía una investigación por dentro. Fuimos. Bien hicimos.
Por una parte, disfrutamos el interés artístico de hermosísimas Estaciones de la Cruz, en cerámica de líneas modernas y, sin embargo, humanas; más como si fueran hechas con los pétalos de una rosa, que con las espinas como es tantas veces el concepto, más bien la actitud, de cierto arte moderno o quizás modernizante.
Por otra parte, descubrimos que el nombre de San Brendan, a más de ser una unión con un pasado lejano es también una válida advocación para hoy y el futuro: esta iglesia moderna se llama de Nuestra Señora y de San Brendan.
Por incidencia, también tuvimos la satisfacción de encontrar que esta iglesia católica en Eria, como las iglesias católicas en Iberoamérica, es un refugio permanente, o razonablemente permanente, abierto a cualquiera anónimamente que tenga deseo o necesidad de platicar con Dios, en contraste con las peñas sociales llamadas iglesias - con sus puertas siempre cerradas salvo en horario microscópico, y por invitación, y en presencia de otros solamente - de las sectas protestantes en Vespuccia. ¿Por qué, esta diferencia?
Hacia otra conexión americana en Europa. Hacia Colón en Eria.
→Por rutas en las cuales 55 kilómetros por hora es la velocidad máxima razonable, 70 kilómetros es para aventureros, y más es para aquellos a quienes no importa arriesgar alma, amortiguadores, o ambos.
→Por rutas que tienen sus razones que nuestra razón no alcanza a desentrañar, cambiando permanentemente de anchos; desde tan exiguos que obligan vehículos cruzándose a una intimidad incómoda (que es la norma) hasta tan opulentos que confieren al tráfico la sinecura de una autopista de cuatro carriles (de contados kilómetros, estrangulados a sus ambas extremidades por las angosturas normales); y con toda la gama de otras anchuras y angosturas entre estos extremos.
→Por rutas de pavimento escabroso por norma, y en las cuales no se puede tener confianza aun en sus trechos más nuevos y lisos porque quien sucumbe a la seducción, tarde o temprano se verá pegando brincos de potro.
→Por rutas pavimentadas casi siempre con un conglomerado tan poco conglomerado que guarda agua como esponja, de manera que, aun al buen rato después de una lluvia, los vehículos siguen levantando nubes de salpicaduras por sus cuatro ruedas, algo así como cometas con colas hidráulicas.