reza Bank of Canada - Banque du Canada (siempre el bilingüismo canadiense que ya comentamos debidamente en su tiempo) o si reza Bank of England.
Y con eso empiezan otras confusiones; acaso no tan prácticas como lo susodicho pero no, por ello, menos corrosivas de la mente.
"Banco de Inglaterra" reza el billete. ¿Significa ello que estos billetes no serán válidos en Gales cuando pasemos por ahí en busca de Madoc, o no serían válidos en Escocia si tuviéramos que ir allá? Probablemente no tendrían que ser válidos allí, porque si tuvieran curso legal en Inglaterra y Gales y Escocia, los billetes tendrían que decir "Banco de Gran Bretaña". (Ello, para no empezar a argüir aquí con denominaciones tradicionalmente arbitrarias, porque no vemos cómo una denominación de herencia céltica como "Bretaña" - y, así, correcta para Gales y Cornualles, e incluso para la Bretaña ahora francesa, del otro lado del mar - se puede extender a Inglaterra, anglo-juto-sajona o sea germánica.)
Sea ello como fuere, otra corrosiva confusión brilla en los billetes y no deja la mente en paz.
¿Cómo es que la unidad monetaria inglesa (o gran-británica, o reino-unidense, o lo que sea) se escribe "pound", se pronuncia "paund", pero se abrevia, o simboliza, por una letra que no es ninguna de estas letras - por la letra L adornada, iluminada en £? Y la gloriosa explicación de que la L es la inicial de la palabra latina (por lo tanto solemne y venerable) "libra", de la cual "pound" es el análogo, no mitiga la lingüística absurdidad.
¿Cómo es, para enredar la cosa más aún, que se suele escribir y enunciar la palabra "pound" después de la cantidad de valor del billete, pero vemos la sigla £ escrita antes de la cantidad, de manera que nuestros ojos perciben, pongamos, £20, pero nuestro cerebro tiene que afanarse en la tarea, por una parte, de correr el 20 hacia delante de la £ y, por otra parte, metamorfosear la £ en "pound" para que nuestra lengua, finalmente, pueda decir veinte pounds?
Una inscripción en estos billetes de banco nos rejuvenece porque nos hace acordar de los billetes de Colombia, si bien nos acordamos, y de otros países americanos, por la vaciedad de su promesa de pagarnos algo a cambio de este pedazo de papel. Nos preguntamos qué pasaría si nos presentásemos con estos billetes en el Banco de Inglaterra a exigir el cumplimiento de la promesa de pagarnos, como portadores, la cantidad de libras de plata fina estipulada en el billete. Viejos recuerdos, inesperadas similitudes. ¿Por qué nos parecía tan irresponsable y subdesarrollada esta absurdidad en ciertos países americanos, cuando la misma absurdidad impera en este bastión de desarrollada y responsable Europa?
Una inscripción que sí nos es novedosa es la precaución, por parte de las autoridades, de proteger estos billetes como propiedad intelectual: propiedad intelectual del gobernador y de la entidad del Banco de Inglaterra; precaución renovada año tras año.