Sobre este tema, nos preguntamos por qué, en las sociedades catalogadas como pobres, vimos, tantos perros totalmente desamparados, pero no gente tan desamparada como acá - siempre con, por lo menos, el refugio de una villa miseria; y, en esta sociedad pudiente, vemos, tanta gente totalmente desamparada, ni con villa miseria, pero ningún perro desamparado - éstos, siempre en correa, si no en brazos, bien comidos, bañados, y con medallón de vacunación. ¿Qué dicen estas situaciones de sus sociedades?
/■\ Respecto a los perros manhatanenses, se podría escribir todo un tratado.
1) Estado del perro en la sociedad.
Siempre - siempre en correa. Nunca puede un perro seguir un impulso - ni siquiera impulsito - canino. Algunos perros tienen la delicia de una correa automáticamente extensible y retráctil, de, digamos, simple a quintuple (desde un carretel a resorte en espiral en la mano del dueño).
El drama pánico que se arma cuando (raras veces) un perro se suelta. La primera vez cuando vimos el humano explotar en griterío y corrida de desesperación, nos pareció que era realmente la cabeza del humano que se había soltado. Como si se le hubiese corrido una criatura humana en el medio de un tráfico de alta densidad. Pero así se repitió en otro caso, y otro caso. Y quizás no sin algo de razón: los perros, cada vez, embriagados de libertad y absolutamente inhabituados a adaptarse a los peligros de la calle, no conocían el precio de su propia vida.
2) Relación de perro a perro.
Por regla básica, cada perro en su correa está segregado de cualquier contacto con cualquier otro perro en la calle, en su correa. Cuando un perro y su dueño están por cruzarse con otro perro y su dueño, uno de los dueños se detiene muy a orilla de la vereda, o muy contra la pared, y restringe su perro a cero centímetro de correa, con fuerte muñeca, hasta que el otro binomio perro/dueño haya pasado; o, incluso, uno de los dueños pasa a la otra vereda, o por lo menos detrás de un vehículo estacionado.
A veces, cuando un perro detecta desde lejos un homólogo, se ve que se pone en desesperación para, por fin, tener algún contacto con un semejante suyo. Pero no, la correa dictatorial no lo permite.
Es sólo en contados casos - por ejemplo cuando los dueños ya se conocen y conocen sus perros - que los perros reciben el privilegio de saludarse de cerca; y sólo por pocos segundos; ya las correas los jalan, con sus cabezas, sus miradas, su olfato, todavía anhelantemente para atrás mientras las patas no tienen otro remedio que marchar hacia adelante y alejarse.