tres cubos - perdón, edificios - encuadrados de manera a delimitar una explanada cuadrada, y los demás edificios, perdidos por ahí; cuando hubiese sido tan fácil y tentador colocar todos los edificios en una estructura orgánica general, quizás en herradura, tanto más que este centro no es el resultado de acreciones sucesivas a edificios pre-existentes sino de una planificación global original - si se la puede llamar así. Quizás, algún día, alguien ideará un eslabonamiento - probablemente no físico, más bien conceptual - metamorfoseando esos cubitos desparramados en algo imponente como unidad envolvente.
Bemol 2. Pasando del conjunto a los edificios individuales, cada edificio parece un proyecto sin terminar a la espera de la chispa artística que misericordiosamente lo cambie, de desencarnado, para no decir indigente, paralelepípedo de hormigón, en un Palacio de las Musas. Otra razón por qué el conjunto de edificios padece de falta de esplendor, inspiración, majestad. Tratando de considerar cada edificio individualmente, estrictamente sin su contexto, parece que un edificio como el de conciertos no estaría mal, dentro de lo estereotipado moderno; parece que la lacra, el lastre, que influye en todo y hunde todo, es el edificio de la ópera.
Bemol 3. El interior de la sala de conciertos parece un gimnasio. No sorprendentemente, cuando construido, resultó un desastre acústico irreparable, y hubo que refaccionarlo totalmente. Esta vez, los ingenieros acústicos - quemados y aprensivos - no escatimaron conciertos gratis para incontables cargamentos de escolares - no para contribuir a la educación de los niños sino para usarlos como conejillos de India; y no para pedirles su opinión, naturalmente, sino como relleno acústico humano, ya que el coeficiente de absorción de sonido del bulto de los oyentes es un ingrediente acústico de una sala que los ingenieros tienen que incluir en sus cálculos pero habitualmente no pueden comprobar hasta la noche del estreno de la sala, un riesgo que, en este caso, ya no podían permitirse.
Bemol 4. Esta misma sala de conciertos no es recomendable para gente que no quiere tentaciones alcohólicas y/o culinarias inoportunas, o simplemente tiene aversión al pesado olor múltiple de una cocina de restaurante, o considera el arte musical una comunión espiritual; todo ello, porque el edificio, cuando se entra, en vez de ser una antecámara de acrecentamiento de las expectativas de beatitudes musicales por venir, es un restaurante, por un lado, una confitería, por otro lado, ah sí, y entre los dos, una sala de cocktails, de manera que es imposible llegar a la sala de conciertos sin pasar por la incongruencia - hasta el agravio sin duda para los verdaderos amantes de música fina - de una vista y de un olor totalmente ajenos a los propósitos del edificio. Hay que reconocer que no hay vendedores ambulantes de golosinas y refrescos en la sala durante las funciones.