Un museo memorable. Por su pequeñez, la seriedad del tema tratado, la manera graciosa de tratarlo, el mensaje propugnado.
Para empezar, a cuántos museos, o cualquier otro lugar, se entra por un túnel cavado en una colina de basura - o por lo menos, sospechamos, tal vez, por una sabia acumulación de desechos no perecederos asemejando el interior de una colina de basura. Pasado el túnel de entrada, de inmediato se hace evidente que el tema del museo no es basura sino la gente sin sesos - fabricantes y consumidores - que ahoga el planeta en basura inútil.
Hay, por ejemplo, una excelente ilustración, con agudo comentario muy bien redactado, de las etapas en la redundancia, cada vez mayor y cada vez más inútil, en el empaquetamiento de galletas hasta llegar a la descabellada extravagancia considerada, hoy en día, lo normal; empaquetamiento de galletas, en un envoltorio, en otro envoltorio, en otro envoltorio, de manera que las galletas ocupan menos espacio que la hinchazón, la descontrolada floración, de papeles, en varios tipos, de los envoltorios abiertos.
En otra parte, otro mensaje, sin conmiseración, espera los visitantes. En una pared, figura la pregunta: ¿quién desparrama basura? La respuesta, se nos dice, se puede ver por ojos de buey en la pared, dos ojos de buey a la altura de adultos, dos ojos de buey a la altura de niños. Y quien mira, ve un mural ilustrando personas, niños y adultos, en tamaño natural cochineando con basura; personas muy realísticas - y con caras; por un astuto y estratégico espejo, las propias caras de quienes miran.
Lo que, según vimos, es cierto para la aplastante mayoría en ciertas sociedades pero lo que, según sabemos, de ninguna manera es cierto en sociedades como la jrechua/quechua y para gente como nosotros.
El mensaje básico del museo es "adelante hacia el año 2000 con mucho menos basura y con mayor reprocesamiento de aquella basura que no se puede evitar". Lo que nosotros traducimos, claro que sin el entusiasmante toque de futurismo, como "adelante hacia el pasado, así como nuestros abuelos hacían".
O así como nosotros mismos hacemos. En el mercado o en negocios, rechazamos envoltorios redundantes. Cuando necesitamos un recipiente de plástico con boca ancha, en vez de correr a comprar uno, cortamos la parte alta, el cuello, de una jarra de plástico. Siempre nos acordamos de nuestra horrorizada consternación cuando, por primera vez, vimos los inútiles, desperdiciados, envoltorios de envoltorios de envoltorios. Y nos acordamos vívidamente de cuando quisimos devolver nuestras primeras botellas en Vespuccia, y se nos dijo, con el orgullo de un país chocho de ser ricachón y por encima de tales mezquindades, que no se devolvían, que se tiraban a la basura; y nos acordamos de la impresión de pecaminosa extrañez cuando lo hicimos - tirar las botellas - por primera vez, sin posibilidad de hacer otra cosa.