Para decir la verdad, nuestra esperanza es escabullirnos hacia el desierto de Nevada y evitar el sistema de tormentas por completo.
Ahora, nuestra próxima meta es justamente la ciudad de Las Vegas. No cualquier Las Vegas, sino el famoso Las Vegas, de los juegos de azar de todo tipo, forma y color.
La carretera está muy buena; parece bastante nueva; si bien corre por un terreno no demasiado ondulado, el paisaje todo alrededor presenta un sinfín de cerros, ya sea aislados o agrupados en serranías.
Las nubes están muy alto, de todos los tintes de gris, desde prácticamente blanco a prácticamente negro.
Recién vimos un cementerio novedoso. Simplemente, un tupido bosque de pinos lleno de tumbas.
Lo que nos hace acordar de que hará ya varias semanas, nos olvidamos de anotar que vimos otro cementerio novedoso: un cementerio con un lago curvilíneo por entre las tumbas; lo que, a su vez, nos hace acordar de que, bajo las presiones del momento, no mencionamos en Nuevo México que, como otro indicio de su cultura aparte, o sea no-angla, tienen sus cementerios claustrados detrás de altas paredes de mampostería.
Hemos bajado unos 500 metros desde la orilla del Gran Cañón, probablemente fuera del alcance de la nieve; y nos estamos acercando al estado de Nevada, probablemente fuera de alcance de las lluvias.
La carretera es una seda; uno casi tiene la impresión de viajar en una alfombra mágica.
La topografía sigue como antes.
La vegetación denota un alto grado de aridez; lo que nos hace darnos cuenta de que, en realidad, la zona inmediatamente adyacente al Gran Cañón del Colorado, y su tupida cobertura de pinos ponderosa, es ni más ni menos que un oasis en el medio del semi-desierto circundante.
La tierra sigue rojiza.
Nuestro detector de radiaciones nucleares se ha calmado bastante; salvo muy contadas excepciones, recibimos señales que corresponden a las radiaciones de fondo normales.
A pesar de la excelente calidad de la carretera, de sus extensiones rectas hasta donde llega la vista, y de la ausencia total de tráfico, viajamos a solamente 90 kilómetros por hora, la velocidad máxima permitida. ¿Por qué? Pues, porque no hay camiones; cuando hay camiones en las carreteras, uno se >>>>>>>>