En una avenida, recta, llana, con pavimento seco, luz de mediodía, tráfico apretado paragolpe contra paragolpe, a lentitud de tortuga, de una luz roja a la siguiente, cada vehículo obedientemente en su carril, una situación garantizada contra cualquier accidente, uno se pregunta cómo puede haber accidentes. Y los hay.
Dos veces vimos, en una situación como la descrita, un vehículo romper el trasero del vehículo delante de él - y su propio delantero - sin siquiera la gloria, de la temeridad como en Bogotá, o del alto arte de manejar como en tantos otros sitios; sólo con la vergüenza de su propia estupidez. Increíble.
Pocos fueron los días cuando no vimos un accidente, o los restos de un accidente en el pavimento.
Y accidentes mayúsculos también ocurren, inexplicables también. ¿Cómo se explica - en un empalme en T, relativamente tranquilo en un barrio residencial, con buena visibilidad gracias a una plazoleta, empalme de dos calles donde es imposible levantar la velocidad - un coche volcado?
Probablemente, todo ello tenga algo que ver con las diferencias que ya tuvimos oportunidad de rumiar entre un manejar aparentemente anárquico pero a la vez artístico, flexible, alerta, adaptable, y un manejar aparentemente disciplinado pero a la vez automatizado, rígido, vulnerable a cualquier cosa no prevista.
Y todo ello no incluye los accidentes que - por su gravedad y consecuente entorpecimiento del tráfico, a veces sobre un kilómetro o más, generalmente en las autopistas urbanas - van siendo anunciados por radio a medida que ocurren para tratar de desviar el tráfico por otras vías.
DwC Otra sorpresa de Washington alcanza el nivel de asombro: la cantidad de incendios vehiculares accidentales.
Escuchamos por radio de cinco casos de incendio de vehículos en tráfico (destacando una vez más que todo cuanto escuchamos por radio es siempre resultado de casualidad y no de búsqueda de un tema, de manera que seguramente tiene que haber habido más incendios); y nosotros mismos vimos un coche con el motor en llamas.
Son seis incendios que llegaron a nuestro conocimiento en pocas semanas en Washington, seis más que todos los incendios vehiculares llegados a nuestro conocimiento en los centenares de miles de kilómetros y los ocho años cumplidos de esta Expedición, incendios que fueron cero. Tanto más asombroso - e inexplicable - cuando se considera, por un lado, aquí, la proporción de coches de burguesa apariencia y, se supone, de mantenimiento mecánico a la par, además controlados obligatoriamente cada año por servicios técnicos del estado, y, por otro lado, en otras partes, la proporción de coches aparentemente a punto de rendir el alma. Tiene que haber una explicación, pero no la tenemos.