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mayormente cuestión de rutina, según ya vimos, no nos acordamos dónde.

De lo dicho, el peligro para el observador de una telaraña en construcción, por lo menos en la etapa de establecer las fundaciones, es obvio: que el primer hilo de la armazón se le pegue en el cabello u otro sitio donde no lo sentiría; qué susto sería para el observador ver la araña, de repente y sin previo indicio, encaminarse aparentemente por los aires directamente hacia él.

B) La nueva, o sea tercera, araña es demasiado grande y pesada para malabarismos aéreos, por lo que no tiene telaraña en el aire sino una "embudaraña" entre malezas a ras de tierra, un embudo, de unos 19 centímetros de profundidad, con 4 centímetros de diámetro, y un abanico de recolección de víctimas de hasta 30 centímetros en cada dirección - seguramente no para víctimas voladoras sino reptantes o saltantes.

C) Viendo la cosecha de maíz, se cumplió nuestro deseo de ver una, para compararla con la cosecha de maíz que presenciamos cerca de Monte Albán.

En Monte Albán, la cosecha se había efectuado por dos o tres hombres perdidos entre los tallos, hombres que se podía ubicar sólo por oído, por el crujir de las hojas secas - el primer día, incluso, nos preguntamos si no eran furtivos ladrones - hombres separando las mazorcas de los tallos a mano hasta llenar sus bolsas, cada día un poquito. Y nos parecía imposible que así también fuese aquí.  Y bien teníamos razón.

Aquí, aparecieron

¬¬una máquina cavernosa como media casa, con ruedas que, por sí solas, deben de valer una fortuna, con una mega-multi-horca horizontal delantera como un peine antediluviano capaz de vencer un elefante, y con una cabina enclaustrada en vidrio, más apropiada para un locutor de radio que para un operario de cosechadora;
¬¬un receptáculo motorizado;
¬¬dos camiones.

Empezó a reptar la cosechadora a lo largo de las hileras de maíz, tragándose las plantas por delante, escupiendo nubes de polvo y hojas por atrás, radiando ruido más infernal que agreste por todos los lados. Pensábamos que, de alguna manera, las mazorcas se quedaban almacenadas dentro de la bestia.

Al rato, se puso en marcha la bodega motorizada, se colocó a lo largo de, y a la misma velocidad que, la cosechadora. Esta, sin perder media vuelta de rueda ni medio segundo, siempre reptando, estiró un brazo transportador por encima de la bodega y empezó a llenarla con ... no con mazorcas como esperábamos sino con un dorado torrente de granos de maíz.