la cintura para abajo; y se agudizó porque a todas costas había que terminar lo relativamente poco que faltaba, de manera que, ahora, Karel paga el precio de sus manos hinchadas, doloridas, y de su debilidad física general. Una paradoja, haber sobrellevado tan imperturbablemente tantas condiciones adversas extremas, y verse ahora afectado por trabajos de oficina.
Felizmente, ahora que tenemos todo muy al día, sin nada más que hacer, y que estamos listos para continuar la Expedición, nos conviene, de todos modos, quedarnos unas semanas más, a la espera del fin de la época de vacaciones y de sus habituales dislocaciones como ser, por una parte, exceso de gente donde nos podría entorpecer y, por otra parte, falta de gente donde la podríamos necesitar. Es una excelente oportunidad de darle al cuerpo lo que necesita: descanso y poder de autorecuperación. También, para este fin, tenemos ahora la providencial coincidencia de la disponibilidad de la planta baja de la casa con aire fresco y seco, ciertamente un mejor ambiente de recuperación.
Ya fuimos a estudiar cómo aprovechar sus beneficios sin padecer de sus deficiencias, y descubrimos cómo quedar en la planta baja, no en el altillo, y fuera del alcance de las radiaciones nucleares del detector de humo. En cuanto a las emanaciones, incluso el posible gas radón, decidimos utilizar el sistema revolucionario, casi totalmente desconocido en este país, de ventilar regularmente abriendo las ventanas. De hecho, cuando quisimos abrir alguna ventana (ancho: 57 centímetros incluyendo el marco), nos encontramos con que nunca nadie había abierto una desde la construcción de la casa, que todas las ventanas estaban selladas con pintura, y tuvimos que despegar una con un destornillador, cuidadosamente, centímetro por centímetro, sin dañar el marco.
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Y transcurrieron las semanas.
Lamentablemente con, en vez de un final feliz, una sucesión de nuevos problemas, uno, socavando, otro, entrecortando, la recuperación de Karel - quien, por otra parte, hacía el esfuerzo muy contra su naturaleza de hacer nada, nadita, quedando como quien dice en hibernación.
En cuanto al socavón, pasó lo siguiente.
Un anochecer, Karel sentía picaduras en su tobillo, evidentemente de mosquitos o mosquitas, como era lo casi inevitable en alguna parte del cuerpo, salvo que, esa vez, más virulentas - a punto de que se fijó; pero nada extraño vio en la semi-oscuridad salvo, sorprendentemente, unos granos negros de suciedad. Ah pero, al amanecer siguiente, encontró el tobillo totalmente inundado de >>>>>>>>