salida, posiblemente en pocos segundos de incendio. Además, aun sin fuego, el altillo, con sus panales de fibra de vidrio suelta, presenta el permanente peligro de llenar vías respiratorias y pulmones de polvo y partículas de fibra de vidrio. Además, aun sin fuego, la planta baja, con su detector de humo, presenta el peligro de permanente exposición a las radiaciones nucleares del detector de humo. Y no mencionamos las emanaciones químicas de los empanelados, del alfombrado (obligatorio en pisos y escalones de madera terciada) y de las láminas de alquitrán del techo, en imitación de tejas de baratillo, todo lo cual nada cambia al corazón de oro. Ahora que, nos duele dudar, habría que ver cuántos quilates ese corazón tiene. Al ofrecernos su hospitalidad, la buena señora nos dijo, y repitió más veces de lo que nos hubiese gustado escucharlo, que la ofrecía porque es cristiana (entiéndase protestante, ya que esta gente por aquí considera, como ya sabemos, que Católicos y Ortodoxos no son cristianos, hay que tener presente). Más hubiésemos apreciado si nos hubiese hecho el ofrecimiento, como nos ayudaron los Judíos, los Cristianos, los Blancos, los Negros, los paraborígenes, quienes nos ayudaron no porque eran paraborígenes, Negros, Blancos, Cristianos, Judíos, sino porque eran gente con corazón, sin más.
.) De todos modos, aunque nunca utilicemos la oferta, quedamos profundamente agradecidos. Por lo menos, el primer caso de bondad de extraño a extraño en Vespuccia; lo que tiene su valor intrínseco propio para nosotros porque ciertamente nos duele la necesidad de una crítica persistente, cuando una alabanza es tanto más agradable.
)( Algunas madrugadas, escuchamos un ininterrumpido ruido sordo, no muy fuerte donde estamos pero evidentemente del tipo fuerte y profundo producido por una gran maquinaria, y reducido, aquí, sólo por una gran distancia.
(. Una madrugada, fuimos a pesquisar. Cien metros; doscientos metros; más espeso, el velo de sonido. Trescientos metros, nada a la vista. Ah, cincuenta metros más lejos, nuestros ojos se olvidaron de parpadear: una tormenta lanzando por los aires papeles, envoltorios, plásticos, polvo; una tormenta artificial, dos máquinas de viento literalmente "barriendo" el estacionamiento de un supermercado. De no creerlo. Tanto capital en maquinarias, tanto desgaste, tanta contaminación para tarea tan simple. Y ruido invadiendo - con qué derecho - la vida de gente trescientos cincuenta metros y más en todas las direcciones alrededor. Y los pobres operarios, en ese loquerío. Cuando se le podría dar una señorial manicura a ese estacionamiento en el elegante silencio de dos o cuatro escobas. Cuánta contaminación fue necesaria, para extraer los metales para estas máquinas; para fundir estos metales; para transformar estos metales en piezas mecánicas. Cuánta contaminación fue necesaria, para extraer el fosilóleo para el combustible y el aceite de estas máquinas; para destilar >>>>>>>>