cuando, muy brevemente, para invertir el ritmo de un medio-tiempo, o sea que los tiempos de la nueva secuencia venían donde los medio-tiempos hubiesen venido en la secuencia anterior; a veces también, el ritmo, que se podría considerar binario simple, se volvía de tres-contra-dos.
Mientras mirábamos, nos quedamos fascinados, y todavía ahora nos maravillamos cómo hacían aquellos 24 danzantes para sincronizar sin el más mínimo error sus movimientos y su tarareo, porque lo que hacían era a la vez tan repetitivo - y, sin embargo, de vez en cuando, con sus pequeños cambios o sus pequeñas interrupciones - que hubiese sido tan fácil perderse en el ritual como en un desierto sin puntos de referencia.
Había también un vigesimosexto hombre, éste, evidentemente, el mayor de todos, con cabello cano; no estaba adornado ceremonialmente como los demás, sino que llevaba simplemente ropa de todos los días; tenía en su mano izquierda una bolsita, de la cual, de vez en cuando, sacaba una substancia blanca, que creemos era sal, caminaba alrededor de los oficiantes, y de un oficiante al otro, y, de vez en cuando, echaba un poco de la substancia blanca en el suelo; además, entonaba palabras en un idioma que nosotros, naturalmente, no entendíamos.
Nos estábamos olvidando de que el hombre del bombo también tenía una máscara.
Y finalmente había un vigesimoséptimo hombre, también ceremonialmente adornado
si bien con decoraciones y máscara diferentes de las de los 24 primeros oficiantes, el cual danzaba, se puede decir que en solista con movimientos que, en vez de ser repetitivos e hipnóticos como los de los 24, eran movimientos mucho más versátiles, sacudidos y creativos; y éste también, de vez en cuando, emitía sonidos.
Cuando terminó la ceremonia, se retiraron los oficiantes y cada cual se fue a casa.
Nosotros preguntamos a unos presentes qué danza había sido aquella, y nos dijeron una danza kachina para pedir algo a los dioses hopis.
Naturalmente, nos llevamos una sorpresa, dado que creíamos que estábamos ya en territorio navajo; preguntamos cómo podía ser, y nos explicaron que ellos son Hopis, que el territorio es hopi; que éste es el territorio teóricamente común a los dos pueblos, los Navajos y los Hopis, pero que cada uno lo reclama para sí mismo; que, si bien, por colmo, en los mapas, el lugar figura no como zona bi-nacional sino simplemente como reserva navaja, ellos, y este territorio, son hopis.
Así que hasta aquí tenemos disputas territoriales. Pero no es de extrañarse, si uno se recuerda, como ya comentado antes, que los Navajos y los Hopis son antiguos enemigos.