En este preciso momento, hemos salido de la reserva hopi; y estamos por cruzar, ahora, el otro lado de la reserva navaja, en camino a nuestra próxima meta, el Gran Cañón del Colorado.
Es que la reserva navaja es el más extenso campo de concentración impuesto a paraborígenes por Vespuccia.
Los Navajos tienen aguda consciencia de que su territorio-paria es más amplio que, por lo menos, dos docenas de países reconocidos en el foro internacional; que tiene más superficie que países americanos como Costa Rica, la República Dominicana, Haití, El Salvador, Jamaica, y otros; más superficie que países europeos como Dinamarca, Suiza, los Países Bajos, Bélgica, Albania, y otros; y se podría seguir con otras partes del globo, desde Taihuan a Israel.
Ah, pero, acabamos de tener un intermezzo-impromptu. Como recompensa directa e invaluable por ayuda prestada a un prójimo.
Resulta que, instantes después de la última anotación, un paraborigen, en esta soledad, aridez, inmensidad, nos hizo señal que lo llevásemos. Una cosa es toda la gente que trata de viajar al dedo por una variedad de razones poco atendibles, y otra cosa es un caso de genuina necesidad sin otra solución; levantamos al paraborigen. Y la inesperada, irreemplazable, retribución fue que, hablando un poco de todo, él nos confió que, en el pueblo de Moencopi, cerquita de donde iba él, hoy es día de ritual.
Tuvimos la suerte de llegar justo en el medio de una danza paraborigen, por paraborígenes, para paraborígenes, estrictamente no para turistas.
La danza, que naturalmente era una danza ritual, se efectuaba en la plazoleta rectangular; había mucha gente alrededor, tanto en la plazoleta misma, como en las callejuelas adyacentes, como en los techos de las casas lindantes; nosotros, los dos únicos Blancos en esta reunión de paraborígenes, tratamos de pasar desapercibidos - lo que, probablemente, fue una empresa inútil - y de todos modos, subimos al techo de una de las casas lindantes por una escalera de madera apoyada contra la pared para presenciar la danza.
Había un grupo de 24 hombres, adornados de máscaras, de plumas y de botas con cascabeles; empuñaban, cada uno, en su mano derecha, un cascabel de calabaza, y, en la izquierda, lo que parecía ser unos pequeños cuernos de venado; tenían el torso nudo, y alrededor de la cintura, una pollerita corta; también tenían ciertos motivos, bien discretos, hay que decir, pintados en el cuerpo.
Los 24 hombres ejecutaban todos exactamente los mismos movimientos, tarareando en voz inarticulada en unísono, marcando el ritmo siempre con el mismo pie.
Los acompañaba un vigesimoquinto hombre, sentado en una silla, con el ritmo de un bombo, interrumpiéndose el ritmo del bombo y de los oficiantes, de vez en >>>>>>>>