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de estos tres pueblos, está terminantemente prohibido el tomar fotografías o hacer grabaciones en cinta magnetofónica o incluso hacer dibujos y tomar notas.

Volviendo a lo increíble de las callejuelas y de los callejones, apretadas y apretados entre las casas que casi se tocan por encima, o entre las casas y el precipicio, un ingrediente esencial es imaginarse cómo es el suelo - no se puede llamar eso una calzada - una inenarrable, y aun para quien lo ve, increíble, sucesión de pozos de varios diámetros y varias profundidades, haciendo brincar el vehículo, aun a paso de babosa, de tal manera que uno siempre tiene la impresión de que el próximo salto será el último, yendo a parar en el precipicio, a diez centímetros de las ruedas.

Hasta hay un cementerio. Y también lo visitamos. Pudimos observar cómo los paraborígenes colocan ofrendas encima de las tumbas; por ejemplo, en una tumba, que debía de ser de un niño, había un caballito y un cochecito de juguete; en otra tumba, había dos o tres platos y una compotera de vidrio; en otra, vimos un objeto de carácter religioso, a saber una cantidad de plumas de pájaros colgando de un ramillete; estos mismos racimos de plumas grises, los habíamos visto en el pueblo mismo; preguntamos su significado, y nos dijeron que son para sus plegarias del mes de diciembre.

No es difícil imaginarse ese sitio en algún tiempo futuro, totalmente desertado, vacío, abandonado por sus habitantes, y habiéndose vuelto presa y meca de turistas con pantalones cortos a cuadros, y cargados de metralla fotográfica. Por una parte, parece casi seguro que así va a suceder; por otra parte, esa gente vivió allí tanto tiempo y está tan apegada a sus tradiciones que tal vez no ocurra. Estos pensamientos futurísticos, nihilistas, nada tienen contra esa triple acrópolis. Igualmente fácil es, en presencia de modernos rascanubes, imaginarse dichos monstruos como lugares abandonados, arqueológicos, dentro de 1.000 ó 2.000 años, recorridos por turistas de algún lugar y alguna civilización hoy todavía desconocidos; solamente que, en el caso de los pueblos de la cresta, tal futuro parece ya estar emanando del presente, con el único impedimento posible, la fuerza de las creencias tradicionales entre los habitantes.

Merece mención que una de las tres íntimas acrópolis, Hano, ni siquiera es de origen hopi. Fue establecida, con autorización de los Hopis, por refugiados huyendo de los Españoles, en 1696.

Llegamos al pueblo de Oraibi, o mejor dicho a los dos pueblos de Oraibi, el viejo y el nuevo.

El viejo es el más viejo de todos los pueblos hopis, pero no por ello es el más tradicionalista, al contrario. De todos modos, ambos, el viejo y el nuevo, no son más que dos villorios.

Pueblos como Hotevilla, Bacobi, no tienen ningún fondo histórico, son pueblos contemporáneos.