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Para empezar, al llegar, nos enteramos de que ya no era el propio dueño, que nos había atendido tan bien, la primera vez, con su interés personal en lo artístico, que hacía el trabajo, sino un técnico. Nos aseguró el dueño que el técnico sabía más que él, el dueño. La realidad resultó diferente. Tuvimos que acostumbrarnos a decir, no infrecuentemente, no qué resultado queríamos sino cómo lograrlo en términos de puntos de densidad y colores.

Mientras se trató sólo de rehacer y rehacer positivos, era sólo cuestión de paciencia; pero llegó una racha de raspones en los negativos, y ello cambió el cariz de las cosas.  Algo increíble por la variedad de formas.

Primero, fueron raspones longitudinales perfectamente rectos. Naturalmente, era la culpa (según el técnico) de nuestra cámara. No señor, esas películas vienen de diferentes cámaras y los raspones aparecen siempre a la misma distancia del reborde; debe de ser sin duda su maquinaria. Todo ello, con más tacto del que hubiésemos mostrado en otro laboratorio porque, por otra parte, el dueño nos trataba como parientes; nos había facilitado un espacio en una oficina que, en la práctica, se volvió nuestra oficina, y nos había dado una llave del edificio para uso, en cualquier momento, de la cocina y del baño.

La cosa de los raspones se volvió más seria aún, y por colmo misteriosa, cuando los raspones empezaron a aparecer en todas clases de arcos en todas direcciones, evidentemente por causas variadas. Tuvimos que suspender las operaciones; y consideramos irnos.

El dueño nos permitió ir inspeccionando las fotografías de otros clientes hasta comprobar que no hubiese más raspones. Eventualmente, los raspones desaparecieron; pero fueron varios días, quizás una semana, así perdidos. En Lima, o en Santiago, hubiése mos dicho "qué barbaridad, eso en Vespuccia no pasaría", pero aquí, tenemos que decir que, evidentemente, en Vespuccia también pasa, y lamentamos no estar con los Japoneses de São Paulo.

Días esos, perdidos en cuanto a nuestro trabajo, pero repletos de un asombro ininterrumpido observando el desfile de clientes - si bien era, para nosotros, no un descubrimiento sino sólo una confirmación - asombro ante la fácilmente narrable estrechez del interés de la gente en general (familiares, amigos, familiares y más familiares), y asombro ante la inenarrable variedad de los desastres técnicos traídos por el mismo público en general. Si bien nos acordamos, la única y placentera excepción a tan vergonzosa mediocridad e ineptitud del público fue en São Paulo.

Y, terminado todo lo relacionado con las fotografías nuevas, nos encontramos, luego, sin darnos cuenta, en un repaso total de todas las fotografías tomadas desde el principio de la Expedición - frívola curiosidad, como motivo original, pero que, casi de inmediato, se metamorfoseó en una re-evaluación total.  Mucho tiempo.  Fascinante, pero mucho tiempo.  Y más rápido no se pudo hacer.