Hoy, domingo, tiempo para observar nuestro entorno.
Nuestra estación de servicio, en realidad, no es estación de servicio porque no da ningún servicio anexo a la venta de nafta; incluso, es de autoexpendio - son los clientes quienes cargan su propia nafta, inhalan las emanaciones, y acumulan su propio cáncer, mientras que el encargado se queda adentro del módulo, vendiendo - ah pero no correas, bujías, filtros, aceites, sino toda la variedad de comida chatarra que la industria supo inventar, diarios, revistas, etc. Qué diferencia con las estaciones de verdadero servicio de otros países donde habría, tal vez, alguien que quizás sabría un poco de mecánica en caso de apuro. Eso sí, todo está en inmejorables condiciones de mantenimiento y limpieza.
En la esquina de enfrente, hay otro tal puesto; con otra marca de nafta; también de autoexpendio, evidentemente; también con la misma comida chatarra; además, con un servicio de lavado de coches; auto-servicio mejor dicho, evidentemente: pagar y apretar un botón a elegir, según se quiera jabón o no, agua caliente o no, etc. - y éste es un espectáculo que habría que pagar para verlo; y nosotros lo tenemos, extasiados, gratis.
Es un sistema de lavado automático por medio de cepillos gigantes giratorios que aparecen desde los costados y desde arriba. El espectáculo es fantástico; los cepillos no son de un prosaico monocromatismo sino de una espectacular combinación de colores; además, según la velocidad del cepillo, la proporción visible entre unos colores y otros varía; y por aquí aparecen colores; y por allá; y otra vez por aquí; y otra sorpresa por allá; un verdadero ballet a gran espectáculo; y para terminar, los coches, con el último toque de mimos, salen de ahí a la calle chorreando agua como gato muerto sacado de un lago. Y así parece ser lo normal porque así se van los motoristas, quizás con la teoría de que la corriente de aire del andar es como un túnel de secado de todos modos, y gratis.
Es algo que no entendemos; tanta tecnología, tanta automatización, tanta espectacularidad, para terminar más miserable que nosotros cuando hicimos laver nuestro vehículo en Ciudad Juárez, miserablemente con balde y trapo, con agua fría y sin jabón, todo cuidadosamente a mano, y secado a mano también. De qué sirve ser tan señor que se maneje coche de último modelo - aunque sea a pagar en cuotas en dos o tres años - si no se puede darse el lujo de una secada después de una lavada, como cualquier infeliz en una calle de México u otro país, y si se tiene que echar a andar chorreando agua, indignidad y estupidez - y peor, hoy, porque hoy hay un viento tan fuerte como parejo llenando el aire de nubes de polvo del desierto, y es fácil imaginarse qué pasa en los coches recién lavados con tanta fanfarria cuando el polvo volando y el agua chorreando se encuentran.
En la tercera esquina, hay otra estación surtidora de nafta, de otra marca más, igualmente por autoexpendio, y de chatarra gastronómica, de las mismas marcas universales.