teníamos el motor abierto y unos cables eléctricos desconectados cuyas conexiones estábamos justamente limpiando. Pero nada le importó al mandamás. No hubo otro remedio que confrontarlo por las malas.
Ante una presa inesperadamente tan dura de pelar como nosotros, optó por otra más fácil. Enganchó otro coche entre los varios otros estacionados - sin mucho apuro, como para dar tiempo al tiempo; efectivamente, mientras levantaba, por fin y pausadamente, el frente del coche, apareció el dueño. En los momentos siguientes, sin inútil recriminación, discusión, pérdida de palabra, como mosca y araña que entienden la fatalidad, el policía estafador pasó, con la dexteridad que sólo la costumbre puede dar, algo de la mano de la víctima a su propio bolsillo; bajó el coche, y se fue con la grúa vacía y el bolsillo lleno.
Le preguntamos a la mosca cuánto había dado al policía atorrante: el equivalente de cinco litros de leche, o cinco kilogramos de zanahoria, o cien entradas al museo de Historia Natural, o cincuenta viajes en tren metropolitano.
O►Felizmente, en otro renglón y otra situación, hubo un caso más risueño y con secreto regocijo. En la biblioteca del Museo de Antropología, y también en la biblioteca de la Universidad, aunque sólo sea para consultar libros, como era nuestro deseo, hay que dejar en depósito un documento de identidad. Nosotros nunca arriesgaríamos, ni en un millonésimo, la pérdida o el robo de un pasaporte o registro de manejar. Con la mayor soltura de que fuimos capaces, presentamos como documento la prórroga de estadía en Panamá, hace cuatro años vencida - y listo; la hipnótica fuerza de un pedazo de plástico - y si tiene fotografía y una firma y un sello, mejor. Cuántas veces ya nos sirvió el mismo plástico en casos idénticos. Es para un buen regocijo en compensación por la irritación, entonces, de la obtención del mágico plástico, cuya utilidad de largo alcance, entonces, no veíamos, pero ahora, sí.
O►Y felizmente, hubo una dosis de refrescamiento espiritual cada vez que nos movilizamos por la ciudad, una idea que podía haber sido perfecta.
Las calles, en muchos casos, están nombradas por grupos temáticos (ciudades, doctores, escritores, flores, geología, meteorología, monedas, músicos, obreros, oficios, países, personajes históricos, planetas, plantas, políticos, productos agropecuarios, profesiones, ríos, santos, signos del zodíaco, topografía, y hay más) lo que, a la vez, ensancha muchísimo conceptos, conocimientos y la percepción del mundo (mucho mejor que el sistema de nombres sin agrupación temática como se acostumbra en otras partes - sin hablar del sistema culturalmente estéril y ciego de la simple numeración de las calles), y facilita la ubicación de cierta calle dentro de la ciudad por el grupo temático al que pertenece (lo que el sistema de nomenclatura sin agrupación temática no permite). La simple lectura del mapa de la ciudad se vuelve una fascinante aventura.