embajadas así como a algunos compradores que van y vienen entre Nueva York y Teotihuacan, una vez al mes, una vez a la semana, ocasionalmente hasta dos veces por semana.
Nos dijo que algunas de las piezas que así se evaden al exterior son tan únicas que ni siquiera los museos mexicanos tienen iguales. ¿Y por qué? Por culpa del Instituto de Antropología, entidad que entiende de esas cosas, porque si alguien que encontró una pieza arqueológica la entrega - movido por una inocente rectitud cívica y patriótica, y como lo manda la ley - al Instituto, el Instituto le paga una miseria que es un insulto, comparado con los precios del mercado y, peor que ello, lo somete a un interrogatorio como pesquisa criminal: cómo, dónde, cuándo, por qué; de manera que, muy naturalmente, el descubridor prefiere ahorrarse enojos, y por añadidura ganarse buen dinero, dirigiéndose al mercado negro, o sea internacional.
Nos dijo que conoce un campesino que, una vez, encontró en su terreno dos hermosísimas piezas idénticas, haciendo juego, tan notables que las hizo añicos de inmediato. ¿Y por qué? Para que nadie se enterara, para que el Instituto no viniera a investigar y expropiarle el predio.
║║ De otro interlocutor voluntario, escuchamos la historia de una confrontación entre un latifundista y un colono. Resulta que, un día, apareció, merodeando ilógicamente cerca a lo largo de la parcela del colono, una banda de individuos reconocidos como provenientes del latifundio. El colono mandó a dos de sus hijos a echar un vistazo. Los del latifundio mataron a los dos hijos, proclamando por toda la comarca que había sido en defensa propia después de muchas maniobras evasivas ante la inminente amenaza creada por los hijos, mientras el colono lloraba que sus hijos ni siquiera estaban armados. Nosotros nada vimos de lo relatado, pero, a los pocos días, apareció un testigo de los acontecimientos, nada menos que un capataz del latifundio, quien, en un alarde de franqueza, denunció que las maniobras de los merodeadores, que habían sido presentadas a la opinión pública de la comarca como evasivas, habían sido, en realidad, típicas de solapados rodeos para una mejor matanza.
║║ Nos dedicamos a restauración de obras de arte.
Por nuestras manos pasaron tres basuritas arqueológicas: un par de piernas dobladas bajo su faldita, no mayor que la uña del dedo índice, sin torso; un torso, sin piernas ni brazos ni cabeza, no mayor que la uña del dedo índice; una cabeza, sin nada más que ella misma, no mayor que la mitad de la uña del meñique.
Chispa. Reunir las tres piezas dispares en una figurita. Llevó tiempo. Pero dejó un recuerdo substancial: los ensayos, de mezclar la pega (en teoría, para pegar papel) con tierra hasta aproximar el color y la textura de las piecitas; y de crear uniones invisibles, finalmente emparejadas con finísima piedra pómez (en teoría, para manicura). Y dejó un resultado notable: una "Venus de >>>>>>>>