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de cada habitación; ambos, sobre todo, con un distinto toque de esfuerzo creativo personal en vez de la fórmula, eficiente y limpia, por cierto, pero fría y vacía, adoptada por moteles de los estados que atravesamos hasta ahora.

Es un caso similar al de las salas de cine en este país: no le dan ganas a uno de ir al cine; todas las salas tienen la misma entrada en cajón, sin adorno, sin imaginación, sin atractivo; ¿dónde está el placer y la impresión de fiesta que acompaña una salida al cine en lugares donde cada sala de películas se esmera en presentarse en un aspecto personal, decorativo, atractivo?

Hemos llegado a nuestra segunda cita con don Francisco de Coronado.

Es un sitio donde, en aquellos tiempos, había gran densidad de población, en dos pueblos indígenas bastante extensos, con casas de adobe de hasta, créase o no ... siete pisos, y con kivas para sus ceremonias religiosas semi-subterráneas. De todo ello, todavía quedan las ruinas, aun cuando no mucho más que las fundaciones de las paredes. Los pueblos eran Kuaua, y Buarai - o Puarai, por ahí.

El sitio se encuentra un poco al norte de la ciudad de Bernalillo de hoy, a orillas del río Grande, entonces llamado, según la costumbre de invocaciones religiosas característica de aquella época, río de Nuestra Señora.

Es de notar que este valle, que nosotros ahora vemos árido, en aquel entonces, por las descripciones de los Españoles, estaba sembrado de maíz, de algodón.

Es aquí que Coronado - después de haber salido, a fines de febrero de 1540, de México, con 300 Españoles, 1.000 "indios" - aliados y esclavos, 1.000 caballos, más de 500 mulas, y otras bestias, en busca de las legendarias siete ciudades doradas de Cíbola - vino a parar, y a pasar el invierno de 1540 a 1541, antes de seguir con sus exploraciones; y, por lo tanto, antes de llegar al lugar donde nosotros estuvimos esta mañana, y donde él construyó su puente de troncos para todas esas bestias y toda esa gente.



El puente de Coronado

Nos preguntamos en qué relaciones convivieron autóctonos y forasteros, aquel invierno.

En nuestro recorrido de las ruinas, pudimos entrar en una kiva cuyas paredes bajo tierra, de alguna manera, lograron sobrevivir hasta hoy, y pudimos observar los restos parciales de los motivos decorativos pintados por los paraborígenes en las paredes.

Por otra parte, desde aquí, hay una linda vista de las altas sierras nevadas, del otro lado del río Grande.

Está anocheciendo, se está acercando una tormenta. Aquí, donde Coronado pasó el invierno, nosotros pasaremos la noche.