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Esta madrugada, a las 5:30, dos cosas al mismo tiempo: un espléndido, casi mágico, claro de Tierra - una esfera espectral posada en un elegantísimo, brillantísimo, finísimo, arco de plata; y una frescura de 9 grados centígrados, la más fresca en las recientes bajadas de ambitura.
Y ahora - ni siquiera las 6 - horror, los vociferantes del pueblo - hasta aquí; deben de ser otros, más potentes; y la música es diferente, más nebulosamente melódica; debe de ser de la iglesia - ¡la iglesia también! - lo que en nada mitiga la invasión y destrucción de la privacidad en cualquier momento, desde antes del amanecer hasta después del anochecer.
Desde nuestro dormitorio frente a la escuela, acabamos de tener una vista, como desde una butaca de séptima fila (la mejor), del principio del día escolar. Media hora de actos patrios en el patio: formación militar, desfile, declaraciones por cinco o seis alumnos uno tras el otro, música de trompetas y tambores a cargo de otros alumnos, arenga de quien parece ser el director, enarbolamiento de la bandera con más redobles de tambores y apropiada hinchazón de los pechos. Como nos dijo una vez un maestro en Chile: "si no, no sabrían que están en Chile y que son Chilenos".
Y, en alegre desbande, a las aulas. Silencio en las aulas; se escuchó la voz de una maestra. Algunos diez minutos se escuchó la voz magisterial en el silencio. Y luego, quién sabe por qué, - nosotros no nos podemos imaginar por qué - se desencadenó una romería, y ahora, media hora más tarde, no cesó. ¿Cómo pueden aprender?
Mientras tanto, se inició el día escolar en otra escuela, más lejos, a doscientos metros de acá; la primera, más cercana, es escuela segundaria, aquella, es primaria. Nada vemos, pero de todo nos enteramos por los infernales vociferantes (¡a doscientos metros! pobres niños de primaria ahí, en la boca misma de los monstruos vociferantes); los mismísimos actos patrios "a cargo de la ciudadana, profesora xyz, directora de este plantel educacional". Por lo menos, en esta instancia, aprovecharon la oportunidad para una obra de bien: educar a los niños a no tirar basura en el suelo "especialmente no peladuras de plátanos para que no resbale y no se lastime otro niño".
Y ahora, a completar los 400 kilómetros.
Ay, ni siquiera un kilómetro recorrido, visión - en la remotísima lejanía - de un altísimo cerro; y parece que con nieve en la cima. Muy bien podría ser el Popocatépetl, desde aquí, a no menos de 160 kilómetros en línea recta.