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No solamente muchos de los topónimos, sino también muchas de las características visibles, nos hacen sentir en otro país, de una cultura totalmente diferente: muchas casas, muchos jardines, son más celosos de sus secretos; hasta los moteles tienen una conformación totalmente ajena al tipo aceptado, aprobado y estereotipado de los moteles que hemos visto hasta ahora.

Amarillo. Algún día, se volverá una gran ciudad; por ahora, es una gran mancha en el mapa, que, en la práctica, se reduce a media docena de manzanas urbanas y a enormes extensiones de campos abiertos, salpicadas de construcciones aisladas.

En Amarillo, vimos menos, y vimos más, de lo que pensábamos que íbamos a ver. Pensábamos ver un museo del helio; y una así-llamada cápsula de tiempo, o sea un receptáculo sellado y bien protegido, lleno de implementos representativos de nuestra manera de vivir presente, preservándolos muchos siglos, quizás varios milenios, para ser, algún día, observados por generaciones futuras, un tipo de auto-arqueología pre-planificada para que los arqueólogos del futuro ya no tengan por qué ensuciarse las manos excavando ruinas, sepulcros, basurales y otros vestigios de pedigrí.

> El museo del helio, no lo vimos, no lo pudimos ver, porque temporariamente no existe. Lo mudaron del lugar donde estaba y todavía no lo instalaron en su nuevo sitio.

> En cuanto a la cápsula de tiempo, nos pidieron que creyéramos algo más difícil de creer que lo más increíble que encontramos hasta ahora. Nosotros creíamos que la tal cápsula de tiempo sería algún recipiente, probablemente de acero, cilíndrico, sellado, y lleno de helio para proteger el valioso contenido contra los efectos del aire, guardado y protegido probablemente en algún tipo de cámara de cemento subterránea; pero, por lo que vimos, no es así, en lo más mínimo: la tal cápsula de tiempo consta de cuatro tubos, de unos 40 centímetros de diámetro y de unos 12 metros de largo, unidos de tal manera que tres de ellos forman un trípode, del tope del cual, el cuarto tubo se yergue verticalmente, formando un conjunto el más frágil y vulnerable que se podía haber imaginado. No pudimos creer, y no podemos creer, que ello fuese una cápsula para la posteridad; pero así nos lo aseguraron y no lo podemos refutar; igualmente, nos parece una absurdidad.

> Y lo que no anticipábamos ver, pero vimos, fue un mini-mini-Museo de las Ciencias. Con dos de las muestras tan bien hechas e interesantes, que ahora vemos que algo falta en un museo como el de Toronto.

  Siendo una muestra, un maniquí humano de plástico transparente, con todos los órganos ilustrados, con un narrativo grabado explicando la función de cada órgano, al mismo tiempo que el órgano aludido se ilumina dentro del maniquí; todo, muy bien hecho, muy bien narrado, y con la bendición adicional de que el >>>>>>>>