del coro, y el sotocoro, en el mérito respectivo de cada uno, y en el contraste entre los dos; y durante los servicios religiosos, hay un elaborado sistema de iluminación eléctrica de acierto rara vez igualado, de iluminación parcial o total.
Santo Domingo, lástima que sólo muy parcialmente
Unico pecadillo; el sistema de altoparlantes - aparentemente indispensable, hoy, después de siglos perfectamente felices sin él - es para sordos; por lo menos, no demoníaco como es costumbre en otras iglesias.
Quizás a manera de compensación, milagro de milagros, en las admoniciones trilingües (de no fumar y de comportarse respetuosamente - reflejo amargo del agraviante irrespeto de ciertos turistas "desarrollados"), todo suena muy idiomático. Donde hay sesos, hay sesos.
Finalmente, hay, en un rincón, oscuro por la duda, un angelito travieso, aprovechando la oscuridad para desnudarse - desnudo y con su ropita a brazo tendido, o quizás solamente esté cambiando de ropa.
OX Museo Regional de Oaxaca.
Pegado a la iglesia de Santo Domingo, porque organizado en un rincón del ex gran monasterio anexo (habiendo quedado casi todo lo demás del ex-monasterio en manos de los militares). Cuando el ex-monasterio era monasterio, tenía funciones no únicamente contemplativa, como se podría pensar, sino también útiles de gran envergadura; ofrecía el primer hospital, la primera farmacia, para pobres; el primer centro de estudios universitarios - convertido luego en la presente Universidad de Oaxaca; además, era el centro coordinador de casi setenta otros monasterios y establecimientos varios dominicos dentro del solo territorio del presente Estado de Oaxaca.
El museo contiene varias secciones, como ser de etnografía (indumentaria "indígena" - entiéndase paraborigen porque no incluye todos los indígenas de hoy mismo); pero su gran atracción es la sala de la legendaria tumba zapoteca con tesoro mixteca de Monte Albán, complemento de las ruinas propias.
Es fácil imaginarse, y hasta compartir, la febril efervescencia de los arqueólogos al ir descubriendo y despejando, sin saber qué más les espera, uno tras el otro, los siete esqueletos, y las quinientas ofrendas, muchas de ellas, joyas, en esta tumba. Pero, por lo que vimos, la legenda está más en la cantidad acumulada en una sola tumba que en la extraordinariez de las piezas individuales, salvo unas pocas; estas pocas, sí son extraordinarias: una colección de huesos de ocelote y águila, repletos de extraordinariamente finos grabados - escenas enteras, en esos huesos; una calavera - los dos tercios que de ella quedan - revestida de un mosaico de turquesa y concha; y, en grado menor, un mascaroncito de oro, tipo orfebrería andina.
La calavera con adorno de turquesas y conchas