En La Entrada, hay un museo de arqueología - sin otros recursos que un pequeño sitio maya local, vale decir, casi nada; pero tiene otro interés: cerámica japonesa. ¿Japonesa? Sí; como, aquí, las excavaciones fueron a cargo de Japoneses, se agregó, al embrión de museo, una vidriera japonesa. Unos tiestos de la cerámica japonesa que, aquí, se translitera como Zhoumon, con ocaso alrededor de 1000 a.C., por lo tanto contemporáneo de los albores de la cultura maya; y unos tiestos de la cerámica Suequi, de los años 700-850 d.C. - contemporánea, ésta, con el apogeo y el fin del Florecimiento Viejo maya. Nada para asombrarse, estas cerámicas; más bien para asombrarse de lo poco y nada que son, del glorioso, milenario, Japón.
Ciudad de Santa Rosa de Copán.
La misma Santa Rosa de Copán donde ya nos quedamos a pernoctar, camino hacia Copán-las-ruinas. Esta dualidad de Copanes es realmente una buena trampa para quien no sabe, porque aquel Copán-las-ruinas y este Copán-Santa-Rosa nada tienen en común, se encuentran lejísimos a los dos lados opuestos de una sierra; sierra del Gallinero; por colmo, sin corte vial transversal.
Todavía temprano, pero aquí nos vamos a quedar para la noche. A El Salvador queremos cruzar de madrugada; mañana de madrugada, ya no puede ser; y para pasado mañana, sobra el tiempo.
Por la observación acumulada, en Copán-las-ruinas, en La Entrada, y aquí, los niños hondureños son una peste, y más uno se protege, más peste se vuelven - casi como en el Perú. Los adultos, nos es grato anotar, son tranquilos y placenteramente amables.
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Esta mañana, la distancia restante hasta Ocotepeque.
Hay que repetirlo: magníficos paisajes serranos y, esta mañana, realzados por nubecillas desparramadas a varias alturas - por encima y por debajo de nosotros.
Hay que repetirlo: cuántas veces en cuántos diversos sitios de América, nos hemos asombrado ante los cultivos imposibles, hasta ser trágicos por sus implicaciones, en topografías inaptas para hombres o bestias; y seguimos asombrándonos ahora, aquí mismo, tan intensamente como siempre.
Hay que repetirlo: esas barreras inquisitorias - "a dónde va, de dónde viene, qué carga, pasaportes, permiso del vehículo" - frecuentemente a la sombra de tres o cuatro rifles alrededor del vehículo, seis barreras a la ida, seis, a la vuelta, doce en total para ver Copán, una barrera cada 31 kilómetros, son una infamia que ni en la Europa ocupada por Alemania existía.