español english français česky

Hm; vamos.

Diez kilómetros y todavía nada, y no podemos no seguir.

Ahí arriba está; no parece gran cosa. ¿Doce kilómetros de tantas incógnitas y dudas cuantos decámetros, para eso?  A subir la ladera a pie.

Llegados arriba, cambio de espíritu: la estructura que se ve desde abajo nada promete; ah, pero las estructuras que no se veía desde abajo.

 Una estructura, con fachada rellena de compleja geometría angular en relieve de estuco; en una mezcla de motivos, algunos, poderosos, algunos, refinados; ninguno de ellos de significado geométrico, por supuesto, sino de significados mitológicos y estilizadores; y con tal densidad de motivos que, más que de pared con relieves, habría que hablar de relieves con pared; estructura también con unas sobresalientes, angulares hacia arriba, que no estarían fuera de lugar en Asia.  La primera vez que vemos semejantes motivos de estuco.

Otra estructura, con el peldaño de su vano de acceso, decorado de piedras talladas en colmillos hacia arriba, parte sobreviviente de un decorado del vano entero como boca de felino - pero no es boca de felino realista, es todo muy estilizado. Tales vanos enmarcados en estilizaciones de monstruos son una de las armas en el arsenal de los propugnadores de contactos con Asia suroriental.


Hochob

Qué lindo sería pernoctar aquí. Ah, pero, imposible; sería dormir en una latente trampa de fuego. Con estos matorrales, resecos, tupidos, altos, y una huella, casi intransitable en caso normal, infranqueable en caso de fuego, y con los fuegos progresando por aquí y por allá, sería una locura.

Aun esta visita limitada - entrar 12 kilómetros, mirar, salir 12 kilómetros a paso de tortuga - es un riesgo, porque nunca se sabe dónde y cuándo puede aparecer o desviarse un fuego; estas quemas no están bajo control, o si lo son, es bajo control a la mexicana, a juzgar por las plantaciones de citros que vimos quemadas, chamuscadas, resecadas, los postes de líneas telefónicas calcinados, algunos caídos, los alambrados de campo arruinados.

Fuera, pues.

Estamos por pernoctar en el pueblo vecino de Dzibalchén.

. .
*