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Hacia Palenque.
Peneplanicie; pastos naturales; algunos árboles sueltos, palmeras y otros; ganado cebú en varios grados; calor (otra vez sin nubes); carretera buena sin ser buena-buena, o sea con baches imprevistos, más peligrosos que los seguidos, ondulaciones caprichosas del asfalto, también de sorpresa, a veces como olas entrecruzándose.
Pueblo de Macuspana. Otra vez cruzamos pisadas con Cortés hacia el golfo de Honduras, y con Cuauhtémoc hacia su asesinato por Cortés.
Pasamos de la tierra del jefe paraborigen Tabscoob, o sea del estado de Tabasco, al estado de Chiapas. Falta menos.
De repente, falta más. Todo tráfico, parado en fila hasta perderse de vista. Control militar, a juzgar por los uniformes, rifle en mano, de lugar en lugar a lo largo de la fila.
Nada se mueve. Evidentemente, falta mucho más.
Cuarenta minutos ya, y apenas nos movimos. Menos mal que tenemos el Sol por detrás.
Una hora y casi media, y todavía no alcanzamos el puesto de control; ni siquiera a la vista estamos.
Reptando; arrancar, parar, arrancar, parar.
Alcanzamos, no todavía el puesto de control pero sí la altura de una estación de gasolina tipo posto do Braziú. ¡Chispazo!
Ya está. Nos arrancamos de la fila; que los demás sigan reptando; aquí, vamos a pernoctar, debajo de las palmas, pero no de los cocos, de un cocotero. Mañana tempranito, terminaremos los 36 kilómetros a Palenque.
Las 22; sigue allá la interminable fila, ahora en las tinieblas.
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Esta mañana, no más entorpecimiento del tráfico; paso libre. El misterio es qué intentan lograr, y qué logran, con sus hostigamientos. Si nosotros, por >>>>>>>>