español english français česky

por un gato, sin torres. Se lo hacíamos notar, no les importaba. Total inconsciencia. Cuando llegó el momento de meterse Karel debajo del vehículo para dar las instrucciones cómo sacar el seguro, exigimos que pusieran una torre.

Ni siquiera un botiquín de primeros auxilios había; un aprendiz se hizo un corte en un dedo que sangraba profusamente; no encontraron nada mejor que hacerle un torniquete en la falange superior con cinta aislante, haciéndose hinchar la punta del dedo.  Otra cosa que cinta aislante no había.

La enfermera de la Expedición tuvo que desinfectar la herida y ponerle gasa y, ya que cinta aislante tanto les gusta, cinta aislante por encima, sin torniquete.

Y finalmente, a las 19:50, la factura. Sin mover un párpado, nos presentaron una cuenta por el doble del precio lógico del trabajo. Pagamos la mitad y nos fuimos.

Era de noche. Decidimos volver los quince kilómetros a la arboleda encantada. Podemos garantizar que, si viajar en ciertos trechos mexicanos (así como de algunos otros países) es enojoso de día, es suicidio, de noche. Pero llegamos; y hoy, aquí estamos.

Pero así no termina el episodio.

Ahora, estamos sin sello de repuesto; no tenemos seguridad de si el sistema de auto-bloqueo del diferencial está bien; también, desde Huejutla, estamos sin módulo de repuesto para el distribuidor. ¿Largarnos así para el resto de la Expedición o - ya que estamos a unos 1.000 kilómetros de Vespuccia - enfrentar semejante distancia ida y vuelta a reabastecernos de repuestos, y andar seguros? Por otra parte, esos 2.000 kilómetros serán todo un desgaste en el motor, los ejes, etc.; el vehículo no es eterno y esos 2.000 kilómetros bien pueden poner en peligro los últimos 2.000 kilómetros de la Expedición. ¿Qué hacer?

Nos parece menor mal el desgaste adicional de 2.000 kilómetros del coche que aventurarse por todos los lugares que todavía faltan sin el propio respaldo logístico. Vamos a la frontera con Vespuccia. Y vamos ya. Si la cruzaremos o no, todavía no sabemos; dependerá de varias circunstancias.

Al cruzar nuevamente la ciudad de Orizaba, admiramos otra de las tantas estatuas imaginativas que florecen en México; en este caso, un grupo de dos hombres, en un estudio de contraste entre vertical y horizontal; uno, erguido, con expresión de desesperación o desafío, y su compañero, muerto, yaciendo. Lamentablemente, la creatividad evidenciada por el grupo escultórico no se evidencia en la colocación de la obra. Alguien tuvo el desatino de colocarla muy académicamente en lo alto de un pedestal, eliminando así, casi por completo de la vista, la mitad yacente del grupo, cuando la única posición inteligente hubiese sido en algún contrabajo, para mejor apreciación de lo parado y de lo yacente.