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De vuelta se apresura Cortés hacia Tenochtitlán.

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Los Aztecas han cortado su abastecimiento de víveres a los asesinos. Cortés le echa la culpa a Motecuhzoma. Motecuhzoma dice que no puede hacer nada, que su pueblo lo ha abandonado. Los Aztecas siguen atacando una y otra vez el cuartel de los desalmados Cristianos - irónicamente aquel verdadero fortín que les había asignado Moctezuma mismo.

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Cortés trata de aterrorizar a los Aztecas pero éstos no son Aztecas por nada, y no se dejan intimidar. Ahora ya saben que los forasteros no son hijos de dioses sino de otra cosa.

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Los forajidos están a punto de morirse de hambre. Ahora, estarían más que dispuestos a marcharse para salvar sus pellejos y, si posible, su botín, con tal que los Aztecas los dejen; pero no los dejan.

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En su desesperación, Cortés se dirige una última vez a Motecuhzoma suplicándole que interceda.

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Este, lo único que quiere es morirse. Además, dice, ya no está en sus manos. Pero, finalmente, para librar su hermosa ciudad de esta gavilla de pérfidos, accede a intentarlo. Apenas abre la boca para pedirle al pueblo que deje los extranjeros irse en paz, el pueblo se alborota, lo llama cobarde, flojo, mujer, y lo apedrea; el primero en tirarle una piedra es uno de sus propios sobrinos.

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Motecuhzoma II muere. Hasta en tan único acontecimiento, hay más de una versión. Por una versión, rechaza curaciones por la lapidación, rechaza comida y se deja morir; por otra versión, los Españoles mismos lo matan a espadazos. Cualquiera sea el modo, Motecuhzoma, segundo del nombre, muere; y con él, la última esperanza de los bandidos.

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No les queda otro remedio; hay que enfrentar lo peor que podía haber pasado pero lo único posible: forzar la salida de la isla de Tenochtitlán, y exponerse por la trampa de una de las calzadas a través del lago hacia tierra firme; y trampa fue: centenares de Españoles muertos, más de la mitad; casi todos los aliados tlaxcaltecas muertos; todas las concubinas, salvo dos, muertas; - y hasta hoy, la crema del tesoro azteca robado por los Españoles y llevada por ellos en su huida, sigue descansando en la profundidad de lo que, entonces, era barro, y, hoy, es algún punto en el subsuelo de la ciudad de México. Verdaderamente una Noche Triste, según se la llama aun hoy en día (claro, según para quién).

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Los Tenochtitlanenses están convencidos de que los vándalos ya no regresarán.

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Caminando de vuelta ahora hacia territorio tlaxcalteca, Cortés se encuentra con un enorme ejército azteca - y nada lo puede salvar excepto >>>>>>>>