este derrotero, por entre los dos volcanes, fue que pasó el bandolero Cortés, y por aquí vamos nosotros.
Ah, del Popocatépetl, a la izquierda, sale un penacho de humo.
De la llanura interviniente - porque todo es llano alrededor del binomio Popocatépetl-Iztaccíhuatl - se elevan conos que, por aquí, no se sabe si son túmulos de estructuras arqueológicas o bocas volcánicas.
El camino se va poniendo peor, de escoria fina y ceniza.
Una aldea que recién cruzamos tenía aire fúnebre, con todos sus cercos hechos de bloques de lava negra.
La sequedad no agrega ninguna sonrisa.
Por el viento de atrás, la ceniza que levantamos nos envuelve.
Ahora, subiendo más decididamente por curvas cerradas; pero eso, sólo nos rejuvenece; ya somos cancheros. En primera, en baja, en primera, en baja; y con paciencia y empeño, vamos.
Alcanzamos una zona de bosques; parecen de cedros. Mismo fenómeno ya observado en otras partes: aun con sequedad a menor altitud, puede haber hermosos bosques a mayor altitud.
Nos estamos elevando cada vez más hacia el paso entre el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl. Hermoso paisaje. El Popocatépetl también sirve para saber dónde está el norte; por la capa de hielo eterno que tiene del lado donde menos da el Sol.
Nos preguntamos otra vez qué le pasaba por la cabeza a Cortés cuando se arrastraba por aquí, aislado en un país extraño, sobrecogedor, y no sabiendo qué esperar.
Ya está; en el punto más elevado; exactamente entre el Popocatépetl a la izquierda, y el Iztaccíhuatl, a la derecha. De ahora en más, bajar. Y, sorpresa, asfalto; es que, aquí, pasamos del estado de Puebla al estado de México.
Pero, no vamos a bajar; hoy, no. No pensábamos ver semejante belleza andina; es un regalo que se nos presenta, y seguramente no se repetirá más en esta Expedición. Además, llegaríamos a Tenochtitlán a eso de las 19, y no podemos olvidar que Tenochtitlán es, hoy en día, Ciudad México con su fama de enormidad.
Vamos a disfrutar aquí el resto de la tarde, y a pernoctar aquí, con una vista de volcán, con pluma de humo, capa de hielo eterno, y marco de ocotes, como ni las ventanas del frente de un hotel de lujo podrían ofrecer; y en compañía de vacas andando sueltas por el ocotal.