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Lamentablemente, en años más posteriores, algún genio decidió construir una nueva iglesia, y no encontró mejor disparate que pegarla contra la Capilla Abierta, arruinando su efecto por completo.

El santo: San Esteban de Tizatlán.

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Motecuhzoma II, al enterarse de los acontecimientos, cae en una perplejidad aún mayor. Así como Atahualpa dudaría con Pizarro: ¿Huirajrocha - no Huirajrocha?, Motecuhzoma duda: ¿Quetzalcóatl - no Quetzalcóatl - qué pensar - qué hacer?

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En su incertidumbre, Motecuhzoma otra vez manda regalos al forastero; y más que regalos. Y otra vez le pide que no continúe, que más bien se retire.

En cuanto a los regalos, hay estudiosos que atribuyen a los regalos de Motecuhzoma II a los desconocidos un propósito más profundo que simplemente etiqueta estatal; dicen que, entre los regalos, algunos eran a propósito típicos objetos del culto de Quetzalcóatl para poder detectar, por la actitud de los desconocidos ante tales objetos de culto, si Cortés era o no era Quetzalcóatl; y dicen que, por cómo los Españoles los trataron con desdén junto con todo lo demás salvo el oro, Motecuhzoma había adquirido la probabilidad de que Cortés no era Quetzalcóatl.

Y más allá de los regalos - que hayan sido por pura etiqueta o también como astutas sondas de espionaje - siempre con la duda de que, a pesar del aparente desdén, ese forastero sería, de acuerdo a los oráculos y legendas, que tampoco se podía ignorar, en verdad Quetzalcóatl, Motecuhzoma también manda el regalo supremo: cautivos para ser sacrificados
en presencia del dios, si dios es, para su divina satisfacción.

Naturalmente, haciendo lo que hacía, Motecuhzoma II empeoraba su propio destino; con los regalos, daba más motivación a la rapacidad, y con las víctimas, daba más pretexto a la brutalidad, de los forasteros.

Es de preguntarse si no fue gran suerte de Hernán Cortés el haber llegado después de la muerte del gran estadista azteca Tlacaélel, la eminencia gris que había estructurado y consolidado la grandeza y el poderío de los Aztecas - así como sería, años más tarde, la gran suerte de Pizarro el llegar al Perú después de la muerte del último monarca inca global, Huaina Jrápaj; y es de preguntarse qué hubiese hecho el sagaz Tlacaélel frente a esta situación.

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Naturalmente, Cortés insistió aún más en lo suyo y anunció que iba a proseguir hacia Tenochtitlán.

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Entonces, Moctezuma le ofreció un tributo anual para el gran soberano allende el mar, y grandes contribuciones para él y sus capitanes, con tal que no viniese a Tenochtitlán.