Esta mañana misma, tempranito, cuando nos despertamos, nos sentimos como muñecos anatómicos para una ilustración de los músculos del cuerpo humano; pero arriba, de inmediato, tuvo que ser: hoy es domingo y queríamos ver la feria de Huejutla.
El primer vistazo que tuvimos del nuevo pavimento a la luz del día, a diez metros de su punta, o sea en lo más recientemente terminado, nos hizo menear la cabeza en incredulidad: una rajadura por el hormigón, zigzagueando longitudinalmente hasta donde alcanzaba la vista; y dos baches ya fragmentados y hundidos. Preguntamos cuándo ese hormigón había sido colado; en seis meses, ese hormigón se ha vuelto esa ruina - sin haber sido jamás pisado por tráfico. Qué despilfarro de riqueza; tan mala calidad. Por otra parte, chiste sarcástico, ¿no vimos también muebles, ladrillos, etc., pre-podridos de fábrica?
Luego, viajando - viajando por el pavimento con sólo sus sacudidas habituales, y con el vehículo demostrando estar de una pieza por su silencioso andar - nos sentimos agradecidos como marineros salvados de una tempestad navegando nuevamente en aguas tranquilas. Es realmente una maravilla el que la carrocería no se haya separado del chasís o que no se haya roto todo un muelle u otra cosa.
A corta distancia ya de Huejutla, vimos, en la aldea de Macuxtepetla, una pequeña feria indígena, pero nos pareció demasiado pequeña para arruinarla con nuestra intromisión, y seguimos hasta Huejutla, con la esperanza de perdernos en su mercado, por otra parte, con fama de ser entre los mejores.
En Huejutla, hay una iglesia tipo fortaleza, con contrafuertes y con toda la sobriedad de una fortaleza; incluso, por dentro, no hay detalles vulnerables; el propio crucifijo central está solamente delineado por el arreglo de las piedras en la pared.
¿Y la feria? ¿Qué feria? Lo peor en mediocridad industrial, en las mercancías, y lo peor en anonimato impersonal en la gente.
Volvimos a Macuxtepetla. Y aquí estamos.
Es ésta una feria indígena de verdad; pequeña, por y para los pocos lugareños entre sí, sin la sombra de un forastero, y menos de un turista - y sin nada para un turista que se extraviaría por aquí. Sólo comidas diarias, incluyendo carne, de la fresquita, colgando de un gancho al aire libre, y cortada a hachazos, y una cuadrilla de perros debajo del escaparate para limpieza total e instantánea de cualquier molécula de carne que pueda caer; incluyendo huevos por peso; pollos de los bien amarillos, por naturaleza, no por anilina; verduras con la frescura y las limitaciones de la zona y de la época; y el lujo de manzanas más picadas que sanas.
Hay, aquí, una iglesia, un estadio, un tinglado con explanada para la feria, un hospital, un salón cívico, una estación de colectivos, y un quiosco para descansar a cubierto de sol y lluvia (todo, a menos de 40 segundos de caminata >>>>>>>>