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Hacia la frontera con los Estados Unidos Mexicanos, en la ciudad de Brownsville.

Son incontables los kilómetros a lo largo del típico alambrado cuadricular del King Ranch - nombre que no tiene significado de realeza o de perfección sino que sólo refleja el nombre del fundador.

Recién, a nuestra izquierda, casi tocamos la punta de un brazo de mar de 45 kilómetros de penetración perpendicularmente a la costa, cuyo nombre sabe a toponimia canadiense: la bahía de Baffin. Será para compensar el río Mísisipi en Canadá.

Cubrimos sólo parte de la distancia a Brownsville. Pernoctaremos, felizmente apartados del tráfico de la carretera y con la espalda contra un campo arado.

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Hoy, en Brownsville, justo antes del cierre del consulado mexicano, que era nuestra primera meta para tratar de juntar probabilidades - nunca información que se pueda garantizar como fidedigna - en cuanto a 1) tránsito sin turismo, o 2) turismo sin tránsito, o 3) turismo con tránsito.

Según este consulado, la lógica sale victoriosa: turismo con tránsito; se puede visitar México en turismo y salir a Guatemala - y así fue en nuestra primera travesía de México hacia Guatemala.

Lo que confirma nuestra experiencia, a saber que los consulados de un mismo país no son todos iguales y que hay que saber buscar y elegir - no siempre, pero frecuentemente, con éxito en lo apetecido. Ahora bien, cómo es este caso en particular incontrovertiblemente en los hechos, sólo la práctica de la frontera lo dirá - la que puede tener su propia interpretación de las leyes; por lo que hay que saber buscar y elegir fronteras también.

Recorrimos la ciudad en busca, para su uso, mañana, de un supermercado, de una lavandería, de casas de cambio; y estamos estacionados para pernoctar en el aeropuerto local, demasiado vacío para su tamaño - perfecto para nosotros.

Se re-iniciaron la llovizna y el viento. Es notable tanta extensión y tanta duración - desde Georgetown. Por lo menos, nos parece notable en estas latitudes.

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