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2. cuando, en realidad, la "matanza" se limitó a obtener la sumisión de los rebeldes, y respetó cuidadosamente la vida de los 16.000 no-combatientes atrapados en el recinto de la Misión;

3. cuando, en realidad, los "Tejanos" no eran Tejanos en lo más mínimo, sino advenedizos Vespuccianos oriundos de muchos lugares de la Vespuccia de entonces, incluso de lugares tan alejados como el extremo noreste; sino muchos Vespuccianos ni siquiera residentes de Tejas, llegados a último momento con el solo propósito de arrancar Tejas a Méjico; y también otros aventureros, de Escocia, Irlanda, Alemania y Dinamarca;

4. cuando, en realidad, varios de los propios cabecillas de los insurgentes eran "cazadores de indios" que habían interrumpido esta vocación sólo para dedicarse a la vocación de arrancar Tejas a Méjico.

Así, San Antonio es un símbolo de la maniobra utilizada también en otros lugares y otros tiempos por otros expansionistas - y estos mismos expansionistas - de infiltrar un sitio pacíficamente y luego arrebatarlo violentamente bajo cualquier pretexto.

En este caso, tejano, la maniobra no tuvo éxito en una sola intentona. Este episodio de San Antonio no fue ni el primero ni el último para arrancar Tejas a Méjico; hubo, anteriormente, otras intentonas fracasadas en otros sitios, en particular cuatro, centradas en Nacogdoches, cautelosamente, apenas dentro de Tejas; y fue recién en otro episodio, posterior a San Antonio, en 1845, con una invasión directa de Vespuccianos de Vespuccia, que Vespuccia logró su propósito de arrancar Tejas, por lo menos su parte oriental, a Méjico.

Ilustrativo de la fiebre expansionista vespucciana es el hecho de que, después de la orquestación de esta maniobra, Vespuccia ya no se tomó más el trabajo y el tiempo de otras tales maniobras de pretexto: cuando arrebató, casi acto seguido, más tierras mejicanas hacia California - y Alta California también - según lo tenemos anotado, lo hizo sin pretextos, por la simple razón de la prepotencia.

Pasando a otra faceta del Palacio del Gobernador, en éste, se ofrece una viñeta típicamente vespucciana: se entreveran con su significado histórico los fascinantes datos monetarios de cuánto costaba el edificio en 1804, y cuánto costaba en 1929, y cuánto costó su refacción, sin omitir el último centavo, 29.514 dólares (de los buenos, de 1930) y 61 centavos - sin omitir el último céntimo, por favor. Típica obsesión con dinero, dinero, dinero, aun cuando el interés substantivo es totalmente diferente. ¿Cómo es que, en las docenas de antigüedades ibero-americanas pre- y pos-colonenses, nadie nunca sintió el incontenible impulso avalado por costumbre cultural de ostentar datos contables impertinentes entre los datos históricos pertinentes?

Nos contactamos con el arqueólogo de las cabezas de Trinidad.