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cuando el largo tubular colgando es suficiente (alto del botellon, más una medida adicional a ambos extremos) las dos mitades de un molde de metal se le aproximan desde ambos lados hasta formar el hermético molde a la forma del cual el tubo se expanderá al ser inflado; a los pocos segundos, cuando las dos mitades del molde se separan, aparece el botellón, metamorfosis del tubo amorfo anterior, todavía caliente pero ya firme, con sobrantes de plástico por el medio de la base y a ambos lados de la embocadura; el botellón se desliza hacia una cuchilla automática que recorta el sobrante de plástico exactamente a ras, dónde y cómo corresponde; y listo el botellón.

Naturalmente, todo ello, mucho más rápido de lo que lleva explicarlo.

Finalmente, los botellones predestinados a llevar el orgullo de una marca comercial pasan automáticamente por delante de una estampadora automáticamente humedecida con pintura indeleble, y automáticamente hacen su reverencia semi-circular delante de la estampadora para recibir la unción final.

No terriblemente complicado el proceso, pero ¿cuántos esfuerzos y fracasos amargaron la vida y pusieron a prueba la fe del inventor y/o perfeccionador de esta maquinaria?

También visitamos una fábrica de ladrillos.

Sospechábamos de antemano que la cosa iría a ser de inhabitual interés para nosotros, por el contraste, probablemente tremendo, entre esta fábrica y un tipo de horno de ladrillos artesanal, casero, se podría decir, sin duda del tipo más primitivo que jamás existió en esta Tierra, que vimos en la Argentina y todavía en uso en dicho y otros países.

Al ingresar a esta fábrica, nos acompañaba, pues, el siguiente recuerdo de aquel primitivismo.

  Una choza, con la mujer y la prole adentro y alrededor.

Un hombre y dos o tres ayudantes, probablemente familiares, levantan con >palas la tierra arable de un campo;
con canasto la amontonan en un túmulo circular;
con bolsas recorren campos recogiendo bosta de caballo;
con palas hacen la primera mezcla de tierra arable y bosta de caballo;
mojan copiosamente el túmulo de mezcla, siempre en círculo;
consiguen, quién sabe por qué arreglo, de cuatro a ocho caballos, según el >tamaño del círculo, y cada día los caballos pisan en círculo, y pisan en >círculo, homogeneizando la mezcla de tierra, estiércol y agua siempre >repuesta - durante semanas, hasta que la mezcla haya adquirido una linda >plasticidad.

Llegado el momento, el hombre y sus ayudantes

recogen por baldes la mezcla del pisadero, ni muy chirla ni muy espesa;