El misterio estriba en que no se sabe quién mandó construir semejante monumento.
Todo lo susodicho es escrupulosamente cierto y auténtico; sin embargo, ciertas palabras dan una críptica advertencia de que la cosa no es realmente lo que parece ser. Si la cosa fuese lo que parece ser, no se hablaría de "indicio" de fechario, sino de "vestigio" de fechario; no se diría que no se sabe quién "mandó construir", sino que no se sabe quién "construyó". Es tiempo pues de revelar que, si bien no se sabe quién mandó construir dicho monumento, se sabe muy bien quién lo construyó, y cuándo.
Fue construido hace siete - ¿siete qué? - siete años, por - por precisamente la empresa que visitamos. Un aura de antigüedad, por lo tanto, no existe, pero el misterio sigue auténtico - si bien no del tipo "prehistórico" que se podía suponer - porque la empresa sólo fue agente ciego de construcción, en contacto con un intermediario conocido sólo por un pseudónimo, en representación de quien o quienes, totalmente desconocidos y anónimos para siempre, idearon y financiaron la empresa.
Todo ello, no un misterio astronómico de una cultura ida sino un misterio prefabricado de hoy, para dejar grabado en granito un llamado a la razón para salvar a la humanidad de su propia proliferación y de su propia mesquindad; y no sólo en los cuatro idiomas arcaicos ya mencionados, sino también, y ahora se entiende, en los ocho idiomas modernos siguientes: árabe, chino mandarín, español, hebreo, indi, inglés, ruso, suahili.
Intención ciertamente loable, aunque se dude de su efectividad.
Y nos quedamos con dos misterios. ¿Qué relación hay entre la construcción de un observatorio solar primitivo no como herramienta necesaria para investigaciones primitivas sino como reproducción, sin esfuerzo, de conocimientos ya disponibles desde hace miles de años y refinados por medios mucho más adelantados, también el misterio del anonimato, y, por otro lado, el mensaje de cordura humana? ¿Simples estratagemas para inducir el interés público?
Nunca, lamentablemente, nadie podrá recoger las impresiones de los constructores de Puma-Puncu, y de tantos otros sitios megalíticos, sobre sus propias tales hazañas, pero nosotros pudimos recoger las auto-impresiones de los erectores de estos cinco menhires; o mejor dicho sus auto-alabanzas, más exactamente su asombro ante sí mismos y su tecnología mecanizada, su satisfacción de haber logrado manejar su grúa hidráulica de manera a colocar cada menhir paralelepipédico parado - agregamos nosotros, simplemente en una base de cemento ya pre-dimensionada, pre-posicionada, para evitar dudas y cálculos durante la colocación - en su estimación, "El trabajo más exigente de sus vidas".
Entonces, inevitablemente, visualizamos nuevamente en la pantalla de nuestra memoria las fantásticas combinaciones megalíticas del Perú y de Bolivia, sin >>>>>>>>