Por una parte, los elásticos con las hojas rotas que pensábamos hacer cambiar en México, pero cuyas hojas restantes se van venciendo cada vez más; de manera que quizás sería mejor hacer arreglar todo sin más demoras - cuando se pueda encontrar un taller especializado; aquí, no estamos en Lima o en Asunción.
Por otra parte, la desintegración en herrumbre de ciertas costuras por soldadura entre el techo y el resto de la carrocería se está expandiendo y acentuando - ¿por qué ahí arriba y no en la sub-carrocería donde sería el lugar más lógico?; se nos ocurre que debe de ser el lejano resultado del vuelco en el Artico, quizás por una fractura, aun levísima, de las costuras, dando paso a humedad y herrumbre; si la cosa sigue así, algún día se va a hundir el techo; la pregunta es si será antes o después del fin de la Expedición; la pregunta también es si vale la pena gastar en algo que se nos dice que no tiene solución permanente.
Tuvimos que detenernos por recalentamiento del motor; primer recalentamiento en la Expedición; una larguísima subida en los primeros pliegues de las sierras que veíamos desde el aeropuerto.
Subida, en realidad, nada extraordinaria, comparada con los centenares y miles de kilómetros de subidas y bajadas en los Andes, pero en los Andes, a 3.000 ó 4.000 ó 5.000 metros de altitud, en contraste con sólo 800/900 metros aquí, por la mayor altitud, el punto de ebullición era mayor, y la ambitura nunca llegaba a los 38 grados donde está aquí ahora; todos estos últimos días, las máximas oscilan alrededor de los 40 grados centígrados.
Alcanzamos, cerca de la ciudad de Asheville, un cruce con una carretera tan famosa en todo el este de Vespuccia por su pintoresquismo serrano que tiene su nombre propio: Blue Ridge Parkway (Parquiruta de la Cresta Azul - o de las Crestas Azules: la ineptitud del idioma inglés no especifica, y no puede especificar en su deficiencia congenital, si es singular o plural). Tiene una longitud de casi 800 kilómetros, combinando los estados de Carolina del Norte y Virginia, pero nosotros recorreremos solamente unos 42 kilómetros, y 30 kilómetros de un ramal segundario, que, por suerte, coinciden con la dirección general de nuestro derrotero.
Sí, justifica su fama: muy placentera topografía; alguna vez, hasta los 1.200 metros, por lo tanto muy placenteras curvas; a veces, apretada en un corredor vegetal que tapa las vistas, pero con su encanto propio; a veces, abriéndose sobre bellísimas ondulaciones orográficas tupidamente cubiertas de bosques profundos - si bien, de las vistas, solamente la mitad más cercana se ve bien, sólo adivinándose la mitad más lejana debajo y detrás de una bastante densa cortina de bruma, el origen del nombre de toda esta región, los Montes Ahumados; y todo ello, sin ninguna de las asperezas que tanto condimento dan a otros relieves arrugados del continente; la perfecta gran aventura familiar civilizada.
En este ambiente, vamos a pernoctar en una minúscula pradera apretada contra un arroyo burbujeante; una elusiva frescura del aire refleja, sin duda, la >>>>>>>>