Pero el primer Europeo en debarcar en este sitio fue, en 1524, nuestro ya viejo conocido Giovanni da Verrazano al servicio del rey de Francia; en su segundo debarque durante su exploración de esta costa oriental de América del Norte, navegando de sur a norte.
Ahora, después de Wilmington, hay, como había antes de Wilmington, una inordinaria cantidad de iglesias. ¡Cuántas sectas protestantes para enfrentarse en argumentos sobre un solo Cristo - de Dios ya casi no se habla! Esto lo sabemos por los predicadores vociferantes desencadenados por radio.
Estamos cruzando, sin habérnoslo propuesto, una muy extensa reserva militar especializada, por lo visto, en maniobras de tanques; apropiadamente, aviones militares en el cielo completan el cuadro. Ahora, tomamos consciencia de que, aún antes de entrar a esta reserva, habíamos visto varios convoyes militares en la carretera. Parece una zona militar de importancia.
Recién, nos detuvimos en un cementerio; no por el cementerio - del tipo habitual de un césped llanamente uniforme, con sólo una pequeña placa tan inobstructiva como posible en la cabecera de cada invisible tumba - sino para confirmar una costumbre funeraria ya intuida anteriormente, y también para ver y escuchar el precio que pagan los muertos por el aspecto de césped recién manicurado del cementerio sin tumba visible.
La costumbre de erigir un baldaquín de lona encima de una nueva tumba para el día del sepelio y unos días siguientes - muy buena idea para evitar distracciones climáticas a los afligidos, salvo que el baldaquín, en vez de llevar respetuosamente el nombre del difunto, lleva muy irrespetuosamente la propaganda de la empresa de sepelios.
Aquí está
En cuanto al precio que pagan los muertos por su césped de un solo tirón, con un poco de inteligencia ya nos lo podríamos haber imaginado; pero nuestro natural respeto de los muertos que nos hace caminar cuidadosamente alrededor de las tumbas - ya sea en este cementerio o en un cementerio arqueológico - no nos había permitido siquiera considerarlo: vimos y escuchamos el retumbe y el bochinche de dos - dos - tractores-segadores recorriendo franja por franja cada centímetro cuadrado del cementerio, rodando por encima de todas las tumbas, y seguramente haciendo temblar los muertos.
Llegamos a la entrada del istmo de Verrazano, entre, por su lado oriental, el océano Atlántico y, por su lado occidental, el mar de China y Japón.
Recién mañana lo recorreremos; para darnos todo el día.
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