Aquí, en estas mismas islas, también vemos carteles repetidas veces indicando derroteros de evacuación en caso de huracanes; pero lo malo, lo increíble, es que obligadamente todos los derroteros de fuga tienen que pasar por el embudo del viaducto que lleva a tierra firme. Hay que imaginarse estos miles, probablemente decenas de miles, de residentes y turistas, cada cual en su coche, tratando de escapar, todos al mismo tiempo, por la estrechez del viaducto. Nos parece una locura literal quedar en estas islas, y permitir que tanta gente se quede en estas islas. Insensato.
De vuelta en tierra firme, hacia el norte, nos estamos dando cuenta de la gran cantidad de barrios de casas ambulantes sobre ruedas, como ya notamos en Vespuccia a principio de la Expedición; pero, aquí, en números infinitos. Una proporción enorme de la población vive así a la gitana, si bien con todas las comodidades adentro. Y ¿qué pasa con estas cáscaras huecas de materiales livianos en caso de huracán? No sabemos, pero cada una, por la duda, está amarrada con cables de acero a fundaciones de hormigón.
¡Ahá! No sabíamos a dónde iríamos a parar. La casualidad se encargó. Llegamos a una meta inesperada, algo que se autodenomina Fábrica de Conchas; en el pueblo de Fort Myers - quizás habría que inventar una palabra nueva, algo como latipueblo para esas urbanizaciones de mucha extensión y poca otra cosa.
¿Fábrica de Conchas? Averiguamos. No, no es "factory" en su acepción habitual industrial de "fábrica" sino en su más esotérico significado comercial de "factorship", "agencia"; una agencia, un centro de ventas de conchas de todos los mares del planeta, en una sorprendente variedad de formas - como vimos, el otro día, en los cayos, pero a una escala realmente abrumadora. A primer vistazo, el enorme salón de ventas es un fabuloso museo conchográfico. Pero podremos, además, visitar los entretelones de la empresa, como ser las etapas previas, de recepción, limpieza, clasificación, de las conchas. Para todo lo cual, hoy, ya no hay tiempo.
Pasaremos la noche en el estacionamiento. Mañana será.
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Desde esta mañana, cada vez que estaremos en el recinto de un supermercado y de su estacionamiento, tendremos vívida consciencia del calculado riesgo que correremos de morir o quedar heridos acribillados por armas automáticas.
Es lo que nos trajo el boletín informativo de esta madrugada. Aquí mismo, en Florida, en un supermercado, apareció un individuo, con arma automática, tomó a todo el público adentro de rehén y, en un lapso de siete horas y media, mató a seis personas e hirió catorce, hasta que, por fin, la policía armó un asalto en forma del local para terminar. Otro demente probablemente.