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Llegamos por fin, ya en total oscuridad, a los primeros edificios de la ciudad de Cap-Haïtien. Felizmente, aquí mismo hay un hotel; incluso, es uno de los tres o cuatro hoteles que figuran en la lista de hoteles turísticos de la ciudad.

Infelizmente, la habitación otra vez es deprimente, de-pri-men-te, y cuesta más que la buena habitación con cocina de Santo Domingo, y mucho más que el buen hotel de Caracas; pero no queremos aventurarnos en una ciudad de características desconocidas, de noche.  Aquí nos quedaremos.

¿Por qué será que todo es tan caro, aun cuando deficiente, en un país comparativamente tan pobre?

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Esta mañana, descubrimos que podemos alcanzar dos de nuestras próximas metas en esta zona, otros dos sitios históricos, el Palacio de Sans-Souci y la Ciudadela de Laferrière, ambos del Esclavo-Rey Henri Christophe / Enrique Cristóbal, sin siquiera entrar en la ciudad de Cap-Haïtien, desviando cómodamente de aquí mismo.  Qué suerte tuvimos anoche.

Hacia el pueblo de Milot, portal de entrada a la región del palacio y de la ciudadela, dejando la ciudad de Cap-Haïtien para luego.

Mientras viajamos, seguimos cristalizando la diferencia de geometría entre ciertas mujeres paraborígenes americanas, específicamente las de Guatemala y de los Andes, y las mujeres africanas importadas. Las primeras - redondeadas por las múltiples capas de su gruesa indumentaria, y provistas de su inseparable bulto en la espalda, y caminando, por lo tanto, inclinadas hacia adelante - no se pueden circunscribir en otra cosa que un óvalo bien compacto; las segundas - con sólo un recto vestido liviano cubriendo su flaqueza, y con su carga sobre la cabeza, carga frecuentemente alta, como ser un tacho de agua, y caminando, por lo tanto, bien erectas, no se pueden circunscribir en otra cosa que en un tubo bien estirado. Un cuadro lleno de óvalos nunca se podría confundir con estas mujeres africanas importadas; un cuadro lleno de rectángulos verticales muy estirados nunca se podría confundir con aquellas mujeres paraborígenes americanas.

Estamos en Milot.  Veamos.

Vimos.

Para empezar, un cambio de terminología. Siendo que una ciudadela es una defensa de la entrada de una ciudad, y siendo que allá arriba no hay ciudad, lo que admiramos no es una ciudadela sino una imponentísima fortaleza.