que a la orilla del mar. Es La Vega; más ceremoniosamente, Concepción - mejor aun Concebición - de la Vega, como quizás se merece por su venerable nacimiento.
Estas ruinas no son muchas ni grandes, pero sorprendentemente muchas y grandes para los sólo 68 años que duró el pueblo, tan aislado, en lugar tan ajeno; siendo la mayor ruina el torreón del fortín, gracias al gran espesor de su mampostería.
Y hay más que las piedras en Concepción de la Vega.
Es alrededor de este fortín que, ya en 1497, cinco años después de Guanahaní, el cacique taíno Guarionex planeaba no su primer, sino otro levantamiento indígena contra los Españoles - esta vez, en esperanzada confabulación con una facción de Españoles, descontentos con la camarilla de los Colones y encabezados por Francisco de Roldán.
Pero la cosa fue de mal en peor, y terminó en lo pésimo, para él. El hermano de Cristóbal Colón, Bartolomé, se enteró del proyecto y lo desbarató con violencia por anticipado, de manera que Guarionex ni empezar pudo, y Roldán ni tuvo la oportunidad de intervenir; y Bartolomé, como parte de su violencia, quemó vivos a los instigadores - salvo a Guarionex; no por compasión sino por política; para mantenerlo como títere y embudo administrativo en el sistema de cobro de los tributos impuestos por los Españoles a los paraborígenes.
Eventualmente, los propios súbditos de Guarionex, e incluso la facción de Roldán, lo consideraron como traidor, y Guarionex tuvo que fugarse. Pero Bartolomé lo recapturó, lo guardó encadenado aquí, en Concepción, hasta 1502, y lo mandó a España - empero, Guarionex nunca llegó: el barco naufragó.
También había en aquel pueblo tan temprano, o sea aquí, como no podía ser de otra manera, una iglesia y dos monasterios; para sólo 48 casas de piedra, si bien se puede suponer que las había también de madera o tapia.
¿Por qué abandonaron los Españoles este sitio después de los primeros esfuerzos, los peores? Por un terremoto. Parece que el resultado del terremoto no fue la destrucción del pueblo sino el desbarajuste de las capas freáticas que alimentaban los pozos del pueblo, por lo que no hubo más agua para sus habitantes.
La ciudad homónima de hoy, centrada a unos 8 kilómetros de las ruinas, nada tiene en común físicamente con su ilustre antepasada, pero se apropia, en base a una herencia espiritual, la fecha de fundación y el honor, como suyos propios. Clásico caso de un descendiente explotando un antepasado famoso.
Siguiendo viaje. El verdor que nos estaba sorprendiendo hasta ahora, palidece.