bien no faltan asomos de locurita, como anotar, por ejemplo, la medida de nuestros neumáticos, y que nuestro parabrisas es inastillable. Nos damos cuenta de que es por especial deferencia, por nuestra misión amparada por la Presidencia de la República, que nada se toca, nada se revisa.
Pero vuelve la inevitable maraña papelera dominicana; un inspector anota algo, otro inspector anota algo; y empieza nuevamente el llenado de nuevos papeles; nuevas corridas de oficina en oficina, en oficina. Ah, sí, y ahora, hay que cerrar el carro con llave ... y entregar las llaves a la seguridad de la aduana. Se nos prohibe el acceso a nuestro vehículo. ¿Por qué - hasta cuándo? ¿Dónde se ha visto eso? ¿Y qué tal, el otro juego de llaves que tenemos en el bolsillo?
Finalmente, todo terminado. A la oficina del Colector. Sí, pero todavía falta algo. Con un empleado que el Colector nos asigna - a otra oficina, y otra oficina, y otra oficina. Increíble. Cada vez, una caminata, cada vez, dentro de cada oficina, un valioso tiempo que se esfuma. Y ahora, ya a las 12:30, las placas. Las placas dominicanas, allá en la Dirección General de Aduanas, a media ciudad de aquí. Nunca vamos a terminar la cosa a tiempo. Pero hay que seguir.
El Señor Colector, realmente nuestro ángel guardián, y dispuesto a cualquier cosa para que hoy de una vez salgamos con el vehículo, nos asigna un empleado, otro más, le da instrucciones, le da una recomendación por escrito para el jefe de la sección de placas, y ahí Karel y el empleado van, mientras Božka cuida el coche.
Y ahora, lo que pasó en el trámite de las placas fue tan vertiginoso (no por su velocidad sino por su inconcebible enredo) que fue imposible percibirlo claramente y es imposible expresarlo ni siquiera aproximadamente. Hubiese sido necesario tener una filmadora y un micrófono en permanente funcionamiento, y ahora estudiar la película repetidas veces para captar todos los matices de la locura, lo-cu-ra. Karel cree que fueron, su mentor y él, a una docena o dos de oficinas; en una de ellas, el encargado les asignó, para ayudarles, uno de sus propios empleados. A pesar de todo, el tiempo se escapaba, fugaba; las 14; las 14:30; ¡y la aduana, cerrando a las 15!
Eventualmente, llegaron a una oficina donde se les anunció que, ahora, un inspector de la sección placas tenía que ... trasladarse al puerto para revisar el vehículo, y luego volver con su informe para poder seguir con el trámite. ¡Vértigo de aniquilamiento! Karel le suplicó que por favor. Bien. Decidió seguir el trámite sin la inspección. Y más oficinas.
Finalmente, llegó el momento de pagar. Otra corrida, por otro pasillo a otro piso. Cola de 30 ó 40 hombres. El mentor de la aduana del puerto se mete en la oficina del jefe de cobranzas (¡guardada por un militar con escopeta de cazar >>>>>>>>