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asignado por la aduana no sabe nada y que éste sabe mucho, pero nos parece inapropiado y peligroso interferir con arreglos privados a esta altura de las actuaciones oficiales. Además, ya pasó una hora, una valiosa hora del tiempo relativamente corto que tenemos para sacar el vehículo, y no ocurrió nada, absolutamente nada.

Decidimos, más bien, regresar a la oficina de inspectores a quejarnos. ¿Por qué nos dieron un individuo que no sabe qué hacer? El peón de puerto se nos queda pegado.  Los inspectores lo conocen y nos lo asignan.

A buscar un agente de seguridad, pues. Todos, ocupados con otros contenedores. Peón sugiere que a ellos también hay que dar algo para que atiendan nuestro contenedor en vez de otros; si no, el nuestro nunca se va a atender.

Se ubica el contenedor. ¡Gracias a Dios, los precintos, intactos! Ahora, hace falta la guía del contenedor. ¿Por qué nadie trajo la guía, sabiendo que hace falta? ¿Quién tiene la guía? ¿Dónde está la guía? En este galpón no está, aquí tampoco, allá tampoco. Muchas corridas, mucho tiempo, sin resultado, guía no hay. Hay que hacer guía. Otras corridas, otro tiempo perdido. Ah, y hace falta otro papel más.

Mientras tanto - ya van dos horas perdidas en nada, absolutamente nada. La cosa se pone crítica. Decidimos regresar a ver al Señor Colector, nuestro ángel guardián. Este, realmente un caballero, nos asigna una persona que parece de cierto rango; pero, a estas horas, dudamos si es cuerdo abrir el contenedor hoy porque parece muy problemático que se termine el trámite a tiempo, y no queremos dejar el coche suelto en el muelle de noche. Que sí, que sí, que se va a terminar.

Con nuestro nuevo mentor, las cosas empiezan a desfilar; pero a cada paso - que es, cada uno, un nuevo tropiezo - dice nuestro nuevo mentor, y luego sigue refunfuñando, en soliloquio "es terrible, no puede ser, no puede ser". Confrontado con la cruda realidad, él mismo no puede creer lo que está viendo; y nosotros, mientras tanto, sufriendo.

Aparece la guía, aparece el otro documento, aparecen agentes de seguridad a quienes no hay que pagar nada, e incluso un operario con cizallas para cortar los precintos - ah, sí, y un inspector de narcóticos. Se abre el contenedor. ¡El vehículo! ¡Como volver a casa después de una larga ausencia! ¿Y la rampa ahora - dónde está la rampa? No hay rampa; ni aquí, ni en otra parte. Que pegue el salto el vehículo, se nos dice. No, señor, sin rampa, el vehículo se queda en su contenedor. Y se sellará éste otra vez hasta que aparezca una rampa.  Se improvisa una rampa con tablas.  Afuera con el vehículo.

Satisfechos los agentes de seguridad y el inspector de narcóticos, llevamos el fiel vehículo donde los inspectores de aduana. La inspección es realmente muy civilizada, como en cualquiera de las tantas fronteras que ya cruzamos, si >>>>>>>>