programa de la semana siguiente sino de la semana subsiguiente porque diez días es lo que se necesita para recibir las cartas por correo. Más seguro aún, aconsejan, es llevarlas a mano.
* Guía telefónica. En lo periférico a su propósito específico, como ser, una guía turística de 32 páginas de Santo Domingo y del país, o una sección telefónica internacional de los lugares más exóticos entre Costa Rica y Guyana, como Saint Kitts o Nervis, muy buena. En su propósito específico, a más de lo ya sufrido, veamos.
- Quisimos averiguar la dirección del Museo del Hombre Dominicano. El museo se merece cinco renglones - cinco veces "P. H. Hureña", y cinco teléfonos - ni una sola vez el número de edificio en la calle; y la calle mide unos 4 kilómetros ...; claro que intentamos llamar por teléfono para averiguar la dirección, pero nos llevó quince minutos para convencernos de que ninguno de los cinco teléfonos contestaba ... a las 16.
- Mismo caso de falta de dirección, con la Biblioteca Nacional; pero ahí, por lo menos, contestaron el (único) teléfono después de media hora de ocupado.
* En los teléfonos públicos, hay palabras que no encontramos en diccionario castellano alguno; por ejemplo, coin return. También, en el conmutador - o sea el disparatado, absurdo, desatinado, así habitualmente llamado interruptor que, a pesar de su nombre, también conecta - de nuestra habitación, hay palabras que no figuran en diccionarios castellanos: off, on. Naturalmente que el conmutador tampoco es ni conmutador ni interruptor, es un suiche - entiéndase switch. Bueno, a la entrada del estacionamiento en Caracas, en la máquina automática de boletos, vimos palabras que tampoco parecen figurar en diccionarios castellanos: take ticket please.
* La insidiosa conquista del mundo; y va teniendo éxito. En una escena de comedia en la televisión, un personaje le decía a otro: "fuera", pero el otro no se movía; el primero repitió varias veces, cada vez más imperativamente, "fuera"; pero como el otro no se movía, finalmente gritó "out", y el otro salió.
* Los taxis hay que considerarlos como calamidad o como opereta.
Los taxis, salvo una honrosa excepción, o dos, entre diez, parecen haberse caído de un montículo de chatarra y ahí tendrían que estar. Hay que ver sus carrocerías remendadas con masilla, sus tableros reventados; quisimos entrar en un taxi - "no, por esta puerta no, está condenada, por la otra"; hay que escuchar el ruido de lata que es cerrar una puerta; y hay que viajar, para comprenderlo, en un taxi con suspensión de carreta de bueyes. Y detectar un taxi requiere un sexto sentido porque no son uniformados por cartel y color; muchos parecen coches particulares cuyo dueño decidió divertirse un rato haciendo de taxi.
Un taxi típico
Mucho mejor no tomar las cosas con altanera reprobación sino como una aventura en exotismo que bien vale el precio que se paga.