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es con su full en el hermoso, inteligente, refinado, castellano. Tendría, primero, que saber inglés para entender.

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Va pasando el fin de semana, a la espera del lunes.

CC En nuestra habitación, tenemos dos ventanas sobre Venezuela. La ventana de la habitación, y el receptor de televisión.

Por la ventana-ventana, de nuestro piso alto, tenemos una nueva percepción de Caracas.

o|o Vemos la confirmación, ahora casi a vuelo de pájaro, de la densidad de la red de autopistas de Caracas, densidad mayor que la de cualquier otra red que podamos recordar.

o|o El intenso, ininterrumpido, flujo de vehículos por los arabescos de la red brinda un lindo espectáculo para amantes de modelos a escala; y de noche, mejor.

o|o Pero la percepción no es sólo visual; muy lamentablemente, es también auditiva, y ésta es esclavizante, patógena, angustiante, destructiva, impregnando todo, y los oídos, con un permanente inescapable ruido sordo y continuo cada segundo de las 24 horas de los días y de sus noches. En nuestro estacionamiento, pensábamos que era el estacionamiento; pero no, es toda la ciudad, ahogada en este barro acústico. Rememorando los quince días que pasamos en el hotel del centro de Nueva York, aquel centro parece, en comparación, una isla de tranquilidad. Escuchada desde aquí, Caracas es la ciudad más implacablemente ruidosa que jamás escuchamos; no sólo el inevitable ruido de los motores y escapes, sino también el muy evitable ruido de las bocinas.

En la ventana de la televisión, hay una avasalladora presencia extranjera, especialmente vespucciana. Mirar esta televisión es exponerse a una disociación perceptiva. El oído percibe sonidos de un idioma, pero los ojos ven movimientos de labios de otro idioma. Las orejas escuchan un idioma, pero los ojos leen, en la pantalla, otro idioma.

Por otra parte, en este fin de semana, es una televisión perfectamente normal, y homogeneizada con sus lejanos congéneres de otras latitudes: el sábado de mañana, inundación de dibujos animados, el domingo a la noche, un poco de música clásica (acabamos de escuchar una muy buena interpretación de Brahms por una orquesta venezolana); y violencia por los cuatro costados, salvo en variedades, concursos y algunas meritorias excepciones.

Así como en la radiodifusión, en la televisión, cada locutor tiene que identificarse públicamente por su número de certificado.