cotorras batiendo frenéticamente sus alas, sin, por ello, perder una sola vociferación, y tres o cuatro buitres planeando en plácidos círculos encima de todo.
CC Mirando este centro comercial super-grande, super-vigilado, que nos sirve de cuartel general, se nos ocurrió que es - y que muchos centros comerciales son - una versión moderna de las ciudades amuralladas de antaño: apacibles actividades burguesas por dentro, al amparo de murallas por fuera; salvo que, antaño, no tenían el constante y desagradable memento de delincuencia por tantos ojos de televisión de vigilancia en circuito cerrado.
Los Venezolanos son imbuidos de la superioridad de su país por sobre cualquier otro, y no aceptan escuchar una impresión negativa, aun en tono de amabilidad.
Una vez, a un policía a quien preguntamos nuestro camino, le comentamos, en camaradería, la dificultad de los indicadores viales de Caracas. Se ofendió como gallito de riña; que no permitiría que ofendiéramos su país. ¿Quién hablaba de Venezuela? Ni siquiera de Caracas; hablábamos tan sólo de los indicadores viales de Caracas. De inmediato, empezó a urdir cómo enredarnos por alguna razón administrativa, por venganza, sin perder, por ello, la oportunidad de decir que Venezuela es el mejor país. Le preguntamos si conocía otro país. "No", contestó el idiota. Nos fuimos, haciendo caso omiso de él.
En otra oportunidad similar, en un pueblo del interior, hicimos un comentario similar, en forma congenial similar. ¡Cómo se nos ofendió el tipo de la alcabala! Reaccionó con una vengativa metralla de exigencia de documentos, escupiendo, al mismo tiempo, que, qué atrevimiento era disentir con las autoridades viales que muy bien saben qué hacen; que era una ofensa a la autoridad; y que, si fuéramos Venezolanos, nos mandaría detener por desacato.
Y hubo otros casos de misma esencia.
Lo malo - no para nosotros sino para los Venezolanos - es que, siendo que no quieren escuchar una voz fresca que ve la realidad venezolana mejor que ellos mismos, nunca saldrán de su pantano y seguirán viviendo en un mundo donde se engañan a sí mismos.
Conocido es cuántas cosas deficientes y desdeñables vimos y señalamos en cuántos países, pero nunca vimos esta odiosa mezcla de desdeñable deficiencia y de engreimiento. Así como, en el Brasil, nos contagió la acomodante disposición de los Brasileños y nos agradaban las oportunidades de retribuírsela, aquí, en Venezuela, el ambiente descrito, de opresión, mala educación, hostigamiento, nauseante mezcla de idiotez y arrogancia, aunque sea por sólo parte de la sociedad, nos incitó a cortar cualquier contacto con cualquiera. Además, sin la libertad de hablar, no vale la pena hablar. Ahora, a cualquiera que quiere conversar, lo despachamos según el nivel de (o falta de) modales que evidencia.