una cacofonía detrás de nosotros que hay que tener voluntad de hierro para resistirla. Recién cuando aparece la luz verde, arrancamos; y que alguien venga a decirnos algo.
Nos hace acordar de un caso similar, en Santiago de Chile, creemos que fue. Había una calle con una doble curva muy pronunciada. Cuerdamente, los varios carriles en curva estaban bien pintados en el asfalto; pero nadie les hacía caso, todo el mundo cortaba, la primera curva, hacia un lado, la otra curva, hacia el otro lado, por encima de lo pintado, mientras nosotros seguíamos imperturbablemente por los carriles marcados, quiere decir que cortando dentro de los recorridos arbitrarios adoptados por los demás conductores; y había que ver las explosiones de ira de los conductores indisciplinados en contra de nuestra disciplina viniendo a arruinarles su mundo. Naturalmente, hubiese sido más cuerdo por parte nuestra amoldarnos a la arbitrariedad pero en dos curvas no hubo tiempo ni oportunidad en la confusión para violentar la lógica de nuestra disciplina a favor de algún pragmatismo desconocido.
Ahora, viajando hacia el norte, nos toca pasar a la orilla occidental de este penegolfo de Maracaibo para, luego, viajar entre ella y la frontera venezolano-colombiana, hacia el sur, hacia la cordillera de los Andes venezolana. O sea, nos toca cruzar el brazo de mar de nueve/diez kilómetros de ancho que hace de este golfo un penegolfo.
Ya en la orilla occidental del penegolfo embolsado, estamos en el centro de la ciudad de Maracaibo. Llegar al centro fue una odisea contra marea y vientos.
Cuando, en la periferia del conglomerado urbano, pedimos direcciones para el centro y las seguimos, reconfirmando las informaciones, varias veces, en camino, nos encontramos en una feria callejera de arrabal, llena de gentío, basura y chucherías, que, evidentemente, no podía ser el centro de nada. Cuando preguntamos nuevamente dónde estaba el centro, todo el mundo dijo "aquí es el centro". Absolutamente increíble. Cuando, por desesperación, preguntamos por el centro de las tiendas, de los bancos, de los hoteles, donde se podría comprar una tarjeta postal, se nos dijo "¡Ah, aquel centro!" y se nos dio otras indicaciones que, esa vez, sí, nos llevaron a nuestro destino. Son realmente curiosas e interesantes estas ocurrencias.
Entrar a Maracaibo es encontrarse, de repente, en un mundo un poco diferente, por la indumentaria totalmente inesperada, de algunas mujeres; un tipo de albornoz, muy amplio, largo hasta los tobillos, en tela muy liviana por supuesto, estampada o lisa, oscura o clara, albornoz tan amplio en la espalda que parece formar alas en el viento, si bien ajustado por delante estratégicamente entre cintura y pecho; y sin la capucha, se entiende. También se puede decir que son super-ponchos de tela liviana, con sus costados cosidos, y con el corpiño ajustado a la Empire. Algo que parece una muy acertada combinación de elegancia y de aerada comodidad en este clima caluroso.